A fines de
los ´80, después de realizar "Batman" y "Batman Vuelve" y
entre medio de ambos, "Edward, el Joven Manos de Tijera", la critica
cinematográfico vaticinó sobre Tim Burton que sería uno de los grandes maestros
de los años 2000. Tal vez, no se hayan equivocado. Burton siguió haciendo
grandes películas durante los ´90 y hasta el 2003, año que realizó "Big
Fish". Pero a partir de entonces, y en esta última década, parece que se le mojó
la pólvora o se le acabaron las grandes ideas, dado que no ha hecho una sola
película recordable.
El estreno
de "Big Eyes", profusamente anunciada, me despertó como siempre una gran
expectativa que la película, finalmente,
se encargó de defraudar.
El problema
de "Big Eyes" no es exactamente que sea una mala película. Por el
contrario, es una película correcta. Pero teniéndolo todo para ser un
"Burton Autentico", parecería que al maestro el tema se le escapó de
las manos y solo pudo concretar una película que parece más hecha por encargo
que por gusto personal.
Emparentada
ligeramente con Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, esta historia que se desarrolla en el
mundillo de las galerías de venta de arte y pone foco en la venta fraudulenta,
se concentra en el descubrimiento de una personalidad paranoica. Margaret, una
pintora de cuadros, llega a San
Francisco de la mano de su pequeña hija a fines de los años ´50. Acaba de separarse
de su marido y consigue un empleo como pintora de cunas en una fábrica de
moblaje para niños. Para ganarse algunos dólares más, los fines de semana
participa de una feria de pintores donde casualmente conocerá al Sr. Keane,
otro pintor aficionado, que al poco tiempo le propondrá matrimonio. Pero Keane,
más que un pintor aficionado, es un hábil comerciante de cuadros y un estafador.
En consecuencia, aprovechará la inocencia de Margaret y comenzará a vender sus
cuadros como suyos propios.
En un
primer momento todo va bien. Pero cuando los cuadros de Margaret se vuelven
conocidos, se transforman en un éxito comercial, la prosperidad llega al hogar,
y Margaret puede tener su propia bohardilla para pintar con tranquilidad, es
entonces cuando comienza a sospechar, deschava a su marido y comienza a reclamar
su autoría. Allí aparece el Mr Hyde de ambos, uno escondido en la propia personalidad
del Sr. Keane y el otro en el orgullo mancillado de Margaret.
Es en ese
momento donde el film de Burton deja de ser de Burton. Uno está esperando ese
momento desde el comienzo mismo del film dado que sabe que más temprano o más
tarde se va a dar y que a partir de allí, comenzará una película típicamente
"burtoniana": dos monstruos disputándose, por un lado, la autoría del
producto artístico y por el otro, el producido monetario de la venta de cada cuadro.
Fama y poder. Pero no resulta asi. Porque la convencionalidad con que Burton
maneja el tema diluye el conflicto, lo aleja de lo psicológicamente terrorífico.
Keane en ningún momento se transformará en un "monstruo burtoniano" y
muy lejos está de serlo (salvo la escena del sótano donde Keane le tira fósforos
encendidos por la mirilla de la cerradura de la puerta a Margaret y su hija
mientras tratan de esconderse). Ni siquiera los dos grandes actores con que
cuenta (Amy Adams y Christoph Waltz) logran interiorizar el horror de lo que
protagonizan. Tal vez sea porque los
horrores que estamos viviendo, o mejor dicho, los terrores de nuestros días, dejan
a los personajes de Burton como meros aprendices de brujos de una serie de estafas
incapaces de lastimar a nadie más allá del daño material que pueda producirle a
alguna de las víctimas y/o el daño moral y la decepción personal que los
propios personajes puedan propinarse mutuamente, aunque aparentemente, estén
dotados de fortalezas para poder soportarlos.
Es como si
Burton se traicionara a si mismo. Todos su "monstruos" tienen esa
doble personalidad, ese lado oscuro. La tenía claramente Batman cuando el afán
de venganza prevalecía sobre el de justicia, la tenía también Edward, el joven
manos de tijera, cuando queriendo expresar amor lastimaba con sus tijeras, aparecía
en Ed Wood cuando estaba poseso por la droga, en la animalidad que gobernaba en
el Planeta de los Simios, en los marcianos de "Mars Attack", hiper
inteligentes por un lado y extremadamente crueles por otro. En Big Eyes los
personajes solo parecen caricaturas de si mismos.
En el final
del film, donde en una nueva vuelta de tuerca, transforma el film en "una
clásica película de juicio", vuelve
el humor donde Burton parece tomarse el pelo a sí mismo, todo se distiende y da
lugar a una sobreactuación, particularmente de Waltz, realmente lamentable. No
es un final feliz, es un final previsible. Pero uno agradece el advenimiento
del "the end" porque a esa altura ya sabe que Burton no tiene ni más
que decir ni contar.
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