Esta es una de esas películas que uno va al cine a ver sin
muchas expectativas y se encuentra sorpresivamente con una historia interesante
y bien contada. Reconozco haber subestimado esta película que me encontré casi
de casualidad en cartelera sin tener ningún
conocimiento previo de ella. Pero sin duda fue el carisma de su intérprete, Helen
Mirren, una estupenda actriz inglesa, la que me atrajo a verla, sobretodo
porque ella es una de esas actrices que me gustaría ver actuar personalmente en el teatro dado que su capacidad
interpretativa es tal que aún en el cine son capaces de componer un personaje.
Y este es el caso que nos ocupa. La Mirren interpreta aquí a
María Altmann, una mujer judía que ha logrado escapar del nazismo y de su Viena natal en el comienzo mismo de la 2da
Guerra Mundial y se ha exiliado en los Estados Unidos. La acción comienza en
1998 cuando muere la hermana de María y ella se queda completamente sola . Ha
llevado una buena vida como inmigrante y aun conserva en su ingles parte del
acento de su alemán natal. Viuda, vive tranquilamente, en la ciudad de Los Ángeles y se dedica a atender su propia
tienda de ropa para damas cuando se entera que el Gobierno austriaco ha
sancionado una ley de reparación de bienes a las víctimas del Holocausto
ocurrido 40 años atrás.
A raíz de ello, María
busca entre sus recuerdos y aparece uno muy importante. Es el cuadro de
su Tía Adele que ha posado nada menos que para el pintor austriaco más famosos:
Gustav Klimt. Ese cuadro se encuentra en el famoso Museo Belvedere de Viena y
forma parte del patrimonio cultural austriaco, después de haber sido confiscado
a la familia Altmann por las fuerzas nazis operantes en la Austria de 1940. La película
se transforma entonces en la larga lucha judicial por la tenencia de dicho
cuadro, y algunas otras obras más que formaban parte del patrimonio cultural de
esta familia.
Uno podría pensar que se trata de una película más sobe un
juicio. Pero no es así. Ayudada por el hijo abogado de una amiga, María regresa
por primera vez en 40 años a Viena, y no
solo se enfrentará con el gobierno de Austria sino con sus propios recuerdos y
fantasmas, sus afectos perdidos, las amigos que ya no están, y la negativa del
gobierno a devolver algo que consideran patrimonio cultural de la nación.
Consecuencia de ello inicia una serie de juicios, tanto en Austria como en
Estados Unidos que no solo darán lugar a
reparaciones pecuniarias y restitución
de bienes sino también generarán cuestiones de jurisprudencia de valor
internacional.
El abogado patrocinante de María es Randol Schoenberg, si
bien judío, es sobre
todo el nieto de dos famosos compositores
austriacos: Arnold Schoenberg y Eric Zeiisl. La música de sus abuelos es el
orgullo que arrastra Randy . Para él holocausto ha sido una tragedia ocurrida
en el pasado pero que poco o nada ha influido en su vida, dado que ha nacido y
criado en Los Ángeles como un típico muchacho de clase media judía americana en
pleno esplendor del "american way o life". Su relación con María es
meramente profesional. Él la alienta a realizar el juicio porque sobretodo, es
consciente que de ganar cobrará una fortuna en honorarios. Además, está a punto
de ser padre. Pero cuando inicia el viaje con María y comienza a acompañarla en
esa entrada al pasado, comienza a descubrir su propias raíces judías y empieza
a sentir una transformación que ya no lo hará trabajar solamente por dinero
sino que lo hará en función de una cruzada que tiene que ver también con la
recuperación y el respeto de su propia identidad.
En la búsqueda de esas raíces es donde el film encuentra sus
mayores méritos, en esa descripción de un viaje hacia el interior de si mismos, el rescate de una identidad que tiene ver más allá de lo que
la persona es sino también con lo que la persona tiene y ha logrado tener en la
vida. Un rescate que cuestiona la controversia del "ser ó tener",
derivándola hacia un materialismo más trascendente que acepta el "el ser y el tener" como una unidad
indisoluble . Bajo este punto de vista,
la película se transforma en un extraordinario alegato sobre el derecho de
propiedad, colocándolo al mismo nivel de los fundamentales derechos de libertad
e igualdad ante la ley. Pero el discurso llega aún más lejos, considerando el
derecho a respetar una identidad y la necesidad de protección de esa identidad.
Simon Curtis, director cuya larga carrera se desarrolla fundamentalmente
en televisión, que en 2011 había presentado la muy interesante
"Una Semana con Marylin" regresa al cine con esta pequeña joyita que
es "Woman in Gold", película muy prolija, extraordinariamente actuada
por la Mirren, que se transforma en un canto a la vida después de haber
recorrido el horror y el dolor del
nazismo, y haber logrado el reconocimiento pecuniario y la devolución de
la tenencia de obras de arte de un valor incalculable a quienes han sido sus
verdadero s propietarios antes del holocausto. No obstante, siempre queda la duda de si todas las reparaciones e
indemnizaciones recibidas por las víctimas o familiares de ellas pueden reparar
tanto dolor causado, y cabe preguntarse porque en nombre de un movimiento
político la ciudadanía deja convertirse en masa, apoyando y transformándose en
medio que permite el desarrollo de matanzas
que determinan holocaustos.
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