DESPUÉS
DEL INFIERNO…
Estamos
en Francia, en la actualidad. Posiblemente en una ciudad de provincia. Los
protagonistas de esta historia son una pareja casada con 10 años de convivencia
y dos hijas mellizas en edad escolar fruto de ese matrimonio. En la pareja hay
un desgaste obvio y están ante la necesidad de una separación. La situación
económica es ajustada. El marido no tiene empleo y vive de changas. Su esposa
paga la comida y el colegio de las niñas. Ella le ha hecho un bloqueo
doméstico y culinario. Él sigue imposibilitado de mudarse a vivir solo porque
carece de independencia económica. La vida familiar se vuelve un infierno.
Después
del infierno, sobrevive la separación. Esta es una película que narra en forma
directa, casi cruel, la fricción y el desgaste que provoca ese proceso. Muchos
recordarán en ese aspecto películas que han descrito distintas partes de ese
proceso. En esta misma página comentábamos en diciembre pasado “El Divorcio de
Viviane Amsalem”, que narraba la difícil y tortuosa separación religiosa de un
matrimonio judío. Unos años atrás, en 2011, el notable film de
Asghar Farhadi titulado “La Separación”, donde se ponían al desnudo las
falencias de ese proceso burocrático en Irán. Pero tal vez la película que
sirva como mayor antecedente de ésta sea la americana “Kramer vs. Kramer”, de
1979 con Dustin Hoffman y Merryl Streep, donde ese difícil proceso se enfocaba
desde la discusión por la tenencia del pequeño hijo de ese matrimonio.
Aquí
vivimos la estancia previa de la separación. Las principales testigos de la
destrucción de ese matrimonio son sus dos pequeñas hijas. Ellas son las que
observan y sufren los diarios encontronazos de sus padres. Y desde su visión,
que es el de la inocencia y la perplejidad que genera la falta de entendimiento
del mundo de los mayores, va quedando en descubierto algunas fallas de una
sociedad que necesita asimilar un cambio que no solo está relacionado con lo
tecnológico sino también con los roles de la pareja, ello es la mayor
participación de la mujer en el mundo laboral, los cambios familiares que eso
implica, y hasta el nuevo rol de sostén familiar que debe asumir la mujer.
Estos cambios se han producido a una velocidad material más rápida que la mera
evolución que desarrolla la costumbre. Es el fin de la sociedad industrial y el
comienzo de una sociedad de servicios la que determina el nuevo rol
protagónico de la mujer. La consecuencia no es la fácil adaptación a un cambio
sino el estallido de conflictos, entre ellos, los sociales, en particular, el
matrimonial y luego, obviamente, el familiar. Es de difícil asimilación
el enroque matrimonial donde el hombre debe hacerse cargo de las tareas
domésticas y la mujer debe salir de su casa a trabajar y generar un sustento. A
ello, cabe agregar la diferente situación económica-social de sus componentes.
Y también, y no en forma menor, la nivelación hacia abajo de una sociedad más
igualitaria pero con mayores falencias en la distribución de los ingresos.
Se
trata de un film encerrado. Transcurre casi en su totalidad en la casa del
matrimonio. Estamos al borde de una obra teatral. Sin embargo, la pericia de la
puesta en escena del director Joachim Lafosse es notable porque logra darle un
ritmo cinematográfico. Este encierro no se percibe como un desarrollo teatral
sino como el propio encierro de la posición de los protagonistas ante la
situación que están viviendo. Cada uno de ellos se va cerrando en su propio
devenir y ninguno encuentra la apertura hacia el otro. Se trata de un proceso
de difícil aceptación, de una realidad que se vuelve áspera, pesada, pero que
finalmente es asimilada. La cámara no se distrae en ningún momento. Siempre
sigue las acciones en la distancia correcta. Los primeros planos están donde
deben estar, como así también los planos generales. El equilibrio que logra el
film es notable.
Igualmente
cabe elogiar el guión. Cada pequeña escena que va conformando el film se
desarrolla de menor a mayor, y a cada estallido le corresponde un remanso de
paz que indica una tregua hasta el próximo estallido. Un sube y baja que
sabemos no conducirá más que a un solo lugar. No es un film fácil de ver, sin
embargo, logra atraer al espectador hasta involucrarlo en el conflicto. Esa
participación pasiva implica una incomodidad: La imposibilidad de tomar parte.
A los grandes méritos de una buena dirección y un buen guión, se le agrega
un nivel extraordinario de actuación. Berenice Bejó es Marí. La mujer dolida
que se hace cargo de la situación. Cedric Kahn es Boris, el marido
económicamente humillado por el desempleo que no encuentra su lugar. Marthe Keller es la madre
de Mari, la que aconseja con la voz de la experiencia, la que pone paños fríos,
pero que sabe que la situación no tiene remedio. En pocas palabras, un film
redondo, sin fisuras.
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