MOTORMAN, ME BAJO EN LA PROXIMA!!
Lo primero que el espectador se pregunta después de ver “La
Chica del Tren” es si el director Tate Taylor habrá tenido en consideración las
reglas básicas del cine del maestro Alfred Hitchcock. La respuesta es seguramente
que no. Porque Taylor nunca pone en práctica la premisas básicas del cine
hithcockiano aunque el guión de su película lo remita una y otra vez a lo largo
de su metraje al gran maestro del suspenso. De esas premisas, hay tres que deberían
haberse respetado. La primera es que el argumento debería ser simple. La
segunda es que el espectador conoce lo que el protagonista desconoce. La
tercera es que el espectador debe recibir más respuestas que preguntas durante
el desarrollo del film.
Lamentablemente, ninguna de las tres premisas se respeta en
“La Chica del Tren”. Como consecuencia de ello, la trama se vuelve engorrosa, el
espectador es confundido deliberadamente por los guionistas, y el director
complica la trama con una serie de saltos temporales hacia atrás y hacia
delante de la referencia temporal, que no agregan nada al desarrollo de la
narración, volviendo confuso lo que es
simple. No conforme con ello, la trama introduce a una investigadora policial
(Allison Janney) cuyo rol es absolutamente irrelevante y por lo tanto
descartable, que pareciera obedecer a solo cuestiones arbitrarias de casting.
La Chica del Tren es Rachel, protagonizada en forma bastante
poco expresiva por Emily Blunt, una actriz en ascenso que también tiene en su
haber roles importantes tanto en “Sicario, 2015”, como “En el Bosque, 2014”, y “Queen Victoria,
2009”. Rachel se la pasa viajando en
tren para poder pasar por delante de la
casa de su ex marido, con quien vive obsesionada como consecuencia de un divorcio, mientras se
alcoholiza, toma notas y hace dibujos. Ya de entrada, no queda claro si el
personaje central es una mujer despechada, una investigadora, una dibujante de
historietas o una escritora, cuestión que pareciera no importar demasiado,
aunque a la postre, sea obviamente el personaje central de la película.
Asimismo, tampoco quedan claros hasta promediar el film el accionar de los
otros tres personajes principales que son, Ana (Rebecca Fergusson ), la nueva
esposa de Tom (Justin Theroux), el ex marido de Rachel, y Megan (Haley Bennet),
la niñera de Ana. Como se podrán imaginar, en este film, todo opera geométricamente.
Entre saltos los saltos de la trama y saltos temporales del
director, la película avanza, cobra forma, y se va transformando en un rompecabezas
policial más o menos convencional, que a mi gusto, nunca llega a buen puerto
desperdiciando una y otra vez la posibilidad de constituirse en una obra mayor.
El responsable de este dislate es el director Tate Taylor
(The Help, 2011), quien hace muy poco desde el lado de la puesta en escena y el
mantenimiento del suspenso. En cambio hace mucho porque reine la confusión
conduciendo un relato con desprolijidad y desidia, al que solo le ayuda la
calidad de una fotografía que alcanza escenas que dan con la frialdad y el
distanciamiento que priman en la relaciones de los protagonistas. Esta no es
una película sobre la pasión. Muy por el contrario, es una película sobre el
engaño. Y el primer engañado es el espectador. Nada ni nadie es lo que se cree
que debe ser. No me gusta el engaño y no debe confundirse con la sorpresa. Tal
vez, pueda ser que el factor sorpresa funcione en forma atractiva para algunos
espectadores, pero aquí en todo momento prevalece el factor engaño sobre el factor
sorpresa y solo sirve para estirar el metraje y transformar al film en una
superproducción que pueda alcanzar el rotulo de “gran estreno”.
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