EN LA PAZ,
LOS HIJOS SEPULTAN A SUS PADRES. EN LA GUERRA, LOS PADRES SEPULTAN A SUS HIJOS.
En 1993 Mel
Gibson salta a la dirección cinematográfica seguramente inspirado por los
grandes maestros (George Miller, Peter Weir, y Richard Donner) que lo han
dirigido en sus películas más exitosas, y realiza “El Hombre sin Rostro”, una
película intimista y personal donde comienza a verse que la estrella tiene
cosas para decir y sabe cómo decirlas. Años más tarde, en 1995 llega a su
momento más exitoso como actor y director realizando “Corazón Valiente”, película
que se alza nada menos que con los Oscars a la Mejor Película y a la Mejor
Dirección. En 2004 decide filmar e interpretar la “Pasión de Cristo” y realiza
uno de los films más controvertidos de la historia del cine, enseñando al mundo
lo que es capaz de hacer. Dos años más tarde realiza “Appocalypto”, un fracaso
y su estrella se apaga. Ahora vuelve a la dirección con “Hasta el Último
Hombre”, un film que dará que hablar.
“Hasta el
Último hombre”, es un muy personal film suyo que no podía dejar de ser otro
film sumamente controversial. Lejos, muy lejos de ser un film antibelicista,
narra la historia de un pacifista, un joven que no se niega ir a la guerra pero
se niega a tomar las armas, pero está dispuesto a salvar vidas.
Con
altibajos narrativos, muy marcados en el comienzo del film, a Gibson le cuesta
sintetizar la vida de una familia y la niñez de dos hermanos que se crían como
salvajes en el medio oeste americano, un medio sumamente religioso y respetuoso
de las leyes familiares, donde impera la ley del revolver. El padre es un
alcohólico héroe de la segunda guerra mundial, doblemente condecorado, y la
madre una abnegada mujer que vive solo para su familia. Los muchachos crecen y el
hijo mayor, Desmond (Andrew Garfield), quiere ser médico y se enamora de una
enfermera de hospital (Doroty Schutte). Pero estalla la Segunda Guerra, y
Desmond decide enrollarse en las filas del ejército.
Desde el
momento que Desmond ingresa en el regimiento, la película se transforma. Gibson
comienza a sentirse seguro de lo que
está contando y asume verdaderamente la dirección de la película. Desaparecen
tanto las convencionalidad del guión como su errática dirección previa. Un nuevo
brío, una lucidez y una precisión que
hasta aquí no había tenido el relato aparecen para narrar la vida en el cuartel,
la aparente disciplina del cuartel y más
tarde, la violencia y la muerte en medio de la guerra adquieren un primer plano
absoluto en función de la repugnancia que deben provocar.
El film se
transforma en una especie de fábula pacifista en el cual los cuerpos mutilados
por la violencia del enfrentamiento bélico se mezclan con las acciones heroicas
y hasta ciertamente ingenuas con que nuestro héroe, convertido en médico
militar, asiste, recupera y salva a sus compañeros combatientes.
Cinematográficamente
hablando, estamos ante un film coreográfico, donde no solo los cuerpos forman
parte de un ballet cuasi gimnástico, sino que soportan una plasticidad de
movimientos que el grupo de cámaras dirigidas por el talentoso Simon Duggan registra
en ralentí, con un fondo difumado que asemeja la niebla, el polvo y los
residuos provocados por las explosiones en el frente de combate. A ello debe
agregarse el notable y preciso trabajo posterior de edición que compagina en
forma esplendorosa el material filmado. La batalla de Okinawa se transforma en
un ballet siniestro donde miles de americanos y japoneses mueren sin el menor
sentido del respeto por la vida, ni mucho menos pensando que semejante masacre
terminaría años más tarde en una tragedia mayor cuando los Estados Unidos
deciden dar por finalizada la guerra haciendo explotar dos bombas nucleares en
Nagasaki e Hiroshima.
También es magnífica
la música de John Debney, que induce un clima envolvente, una especie de ensoñación
recurrente, muy de acuerdo con las hipnóticas escenas bélicas, como así también
son destacables las actuaciones de Hugo Waving, Teresa Palmer, Vince Vaughn que
acompañan a los protagonistas.
En síntesis,
estamos ante una obra despareja de Mel Gibson, pero
contundente en su mensaje que no es ni pacifista ni antibelicista, sino humanista,
un pedido de respeto por el ser humano, y sus creencias. No obstante, el film
peca de cierta ingenuidad en su relato,
pero logra imponer sus ideas más allá de las licencias que se toma para
exponerlas volviendo increíbles algunas situaciones, especialmente las
relacionadas con la disciplina militar, el manejo de las leyes militares y más
tarde, el desarrollo del heroísmo del protagonista. Haciendo estas salvedades,
el film es entretenido e interesante, aunque claramente, el nivel de violencia
desarrollado no sea agradable para todos los gustos.
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