jueves, 26 de enero de 2017

NIEVE NEGRA de Martín Hodara


TELGOPOR BLANCO

Es, ante todo, un film prolijo. Esa ha sido la preocupación de Martín Hodara durante todo el rodaje. Contar una historia que se entienda y que mantenga determinado nivel  de suspenso. Y ese fue también el objetivo de los guionistas: el mismo Hodara y Leonel D´Agostino. Es obvio que el trabajo de ambos priorizó la prolijidad sobre la coherencia.

Esto es una pena. Porque con una buena idea y 4 actores notables, la película podría haber funcionado a la perfección y no lo hace. De hecho, la dirección de Hodara es buena. El relato fluye naturalmente, y los personajes son creíbles. Lo que falla es la credibilidad final, la de la obra en su conjunto.

Es que estamos ante un típico film de misterio donde zarpamos desde una situación clara y a medida que avanza el relato la trama y los personajes se complican, o sea, nadie es lo que parece ser. Esas complicaciones derivan de la pérdida de la linealidad del relato, el cual avanza y retrocede en el tiempo, haciendo que las cuestiones formales terminen por confundir, no tanto al espectador como a los personajes mismos. La trama pierde consistencia porque se pasa de una cuestión a otra manteniendo intensidad pero perdiendo el hilo conductor.

Consecuencia de ello, los personajes pierden envergadura dramática, se va diluyendo su identidad para volverse juguetes del destino, un destino que poco tiene que ver con los designios divinos sino más bien con las necesidades de los guionistas de mantener por un lado la atención de espectador y la preocupación de sorprenderlo por otro, cuando no, engañarlo.

Al comienzo, los personajes “parecen” gente educada, de buena posición social y económica, dueños de grandes extensiones de tierra, amos del lugar donde viven pero terminan concluyendo en un primitivismo propio de seres ancestrales desarrollados en las sombras de antiguos parajes que poco contacto han tenido con la civilización, finalmente devorados por la ambición y la corrupción del dinero. Pero esta observación es tan solo una línea posible de entendimiento. Hay otras más simples, aquella que simplemente divide entre buenos y malos.

El final, incluso, en otra vuelta de tuerca inesperada, alude a un señoreaje donde el poderoso de turno arregla y desarregla a su manera lo que en una sociedad civilizada no cabría hacerlo de otra forma que no sea mediante la aplicación de la ley. En este aspecto, si este relato ocurriera en un pasado más lejano podría ser más realista que lo resulta hoy en un mundo donde lo que impera es la comunicación.

La película, vista de esta manera, parece un film inocente, naif, cuya credibilidad queda cuestionada por lo fuera de época que se muestran sus personajes. Éstos no son arquetípicos sino estereotipos. La historia que narra transcurre en esta época pero los comportamientos que se manifiestan parecen de 200 años atrás.
La película está filmada en España, más precisamente en las alturas de Andorra, un pequeño principado vecino a Cataluña, que con un elenco mayormente argentino, hace parecer que la acción tiene lugar en el sur de nuestro país. De hecho el espectador termina recordando un estupendo film español de 1975 dirigido por José Luis Borau, llamado “Furtivos”, que trataba un tema similar con un desarrollo muy distinto.

En síntesis, nos queda un buen trabajo de trio actoral (Darín, Sbaraglia y Laia Costa), la gran reaparición cinematográfica de un ícono cinematográfico de los 80 como es Federico Luppi, una estupenda fotografía del catalán Arnau Valls y un film cuyo mayor mérito es generar una hora y media de entretenimiento siempre y cuando no nos cuestionamos los aspectos técnicos del guión que hemos señalado, sin lugar a dudas el punto más flaco de toda la película.


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