viernes, 31 de marzo de 2017

EL OTRO HERMANO de Israel Adrian Caetano


METAFORA SOBRE UN PAIS CORRUPTO Y DECADENTE

Pizza, Birra y Fazo, que realizó Israel Adrían Caetano con Juan José Stagnaro,  es considerada por gran parte de la crítica como un hito representativito de El Nuevo cine Argentino. Sin lugar a dudas, dicho film realizado en 1998, marca un antes y un después, donde nuestro cine sale a la calle, se desacartona y se libera de los estudios de filmación, contando la historia de un trio de amigos, dos varones y una joven embarazada que merodean las inmediaciones del Obelisco de Buenos Aires pidiendo limosnas y robando una que otra billetera, a vez que deja patentado un modelo de cine con grandes influencias del neorrealismo italiano pero también con la impronta de un cine moderno que da testimonio de una época precisa: el menemismo con su saldo de desocupación y miseria consecuencia de un modelo económico que ancló al dólar en una paridad fija, a la vez que desatendió  un déficit fiscal importante, una deuda externa demasiado cara, y una apertura de la economía que hizo perder competitividad a la industria nacional.

A partir de ese film, Caetano y Stagnaro se separan y comienzan a realizar películas cada uno por su propia cuenta. Caetano asombra con Bolivia (2001), siempre dentro de una línea de cine testimonial, y particularmente sobresale un año más tarde, en 2002, con su excepcional “Un Oso Rojo”, donde se adentra en el cine de género y particularmente en el policial negro. Más tarde, su filmografía se vuelve errática entre trabajos para el cine y la televisión, de las cuales en cine se destaca Francia (2009), y NK: El Documental (2013).

Ahora vuelve con un film que responde al policial negro.  “El Otro Hermano” es una metáfora sobre una Argentina corrupta, que a pesar de caer en las reiteraciones de cierto cine maniqueista donde el malo y corrupto de la película siempre debe ser un ex militar retirado, en este caso correspondiente a la fuerza aérea,  que sigue viviendo de los curros y de la gestoría relacionadas con la muerte y desaparición de personas. La diferencia es que las aludidas desapariciones son producto de secuestros actuales que dicho personaje mantiene vigente como modus vivendi, y que no responde a ningún fin político sino puramente económico y de carácter absolutamente personal.

Con un guión algo flojo y previsible de Nora Mazitelli, una mujer de gran experiencia en la televisión argentina, y del mismo Caetano, el film se basa libremente en la novela de Carlos Busqued “Bajo Este Sol Tremendo”, y se eleva por sobre el guión dada la enorme capacidad expresiva del director. Inspirado en el cine negro americano, y sobre todo en los extraordinarios planos del western italiano de los ´60, Caetano produce una narración ejemplar que atrapa y apasiona al espectador por su coherencia y ritmo narrativo. Nada está fuera de lugar en el trabajo de Caetano. Todo está contado a su tiempo y en el preciso momento. Consecuencia de ello, es tal vez su mejor film desde El Oso Rojo, y posiblemente, no llega a la altura de aquel trabajo dada la gran diferencia que hay en la actuación. Claramente Sbaraglia no es Julio Chavez.

No obstante ello, el film está muy bien actuado, sobre todo en los papeles de soporte: Angela Molina, Pablo Cedrón y Alian Devetac descuellan en sus roles respectivos. Pero es en la dupla principal donde está el déficit, principalmente en la actuación de Leonardo Sbaraglia, totalmente incontenido por Caetano, donde hace recordar la desmesura del Gian María Volonte interpretando al descontrolado Chuncho de “Yo Soy La Revolución” de Damino Damiani (1967). Sale mejor parado Daniel Hendler en su papel de Cetarti, el hijo del deudo, un tipo algo extraño y medio inocentón que llega al pueblo con el único objetivo de hacerse de unos pesos provenientes de un seguro y largarse a vivir otra vida en otro país. No es casual esa voluntad que querer mandarse a mudar.

Gran parábola sobre la corrupción, la ambición y la decadencia, este film de Gaetano tiene la virtud de transformarse en un fresco sobre la sociedad argentina. Un país donde el trabajo sigue escaseando, en el cual el vivo vive del sonso y el sonso de su pobre trabajo. Pero va más allá de eso, y generaliza sobre la criminalidad, sobre la pérdida de valores que alcanza también a la gente joven, sobre el poco o nulo valor de la vida, sobre la indiferencia hacia el otro, y de la absoluta normalidad con que el crimen convive con la legalidad. Incluso, al localizar la filmación en un ambiente rural y pueblerino, el film se adentra en la perdida de los valores más profundos donde solo se observan campos yermos, caminos poseados o casi destruidos, y un abandono generalizado que ahuyenta cualquier posibilidad de esperanza. Es el retrato de un país en ruinas.

miércoles, 22 de marzo de 2017

SILENCIO de Martin Scorsese


FUE EN EL SILENCIO DONDE ESCUCHE TU VOZ

Martin Scorsese es un católico prácticamente, que desde su niñez concurrió a una escuela religiosa en Nueva York, y que ha reconocido en su obra artística la influencia que ha ejercido sobre él la presencia del Padre Francis Príncipe, uno de sus maestros. Por otra parte, el tema religioso no es nuevo en su filmografía. En 1988, en La Última Tentación de Cristo, filmó la vida de un carpintero que fabricaba cruces para los romanos y que atormentado por los demonios hace una crisis existencial en la que se propone encontrar a Dios. Pero se da cuenta que en su camino el mayor desafío es enfrentar la vida normal tal como es. En Kundum (1997) relató la vida del decimoctavo Dalai Lama, cuya obra más importante fue salir de la opresión que China ejercía sobre el Tíbet tanto en lo político como en lo militar. Ninguna de las dos películas funcionó en la taquilla y fueron las menos vistas de su vasta filmografía.

Ahora, 20 años después, vuelve con otro película religiosa, sin lugar a dudas la más lograda de las tres, no obstante su exceso de metraje (160 minutos), que estira en forma innecesaria la historia que cuenta, y que en consecuencia, disminuye los logros totales de un film realmente apasionante tanto en su tema como en su factura cinematográfica. Estamos ante la presencia de un Scorsese concentrado, que maneja los tiempos cinematográficos tan lentamente como el tiempo que sus personajes necesitan para analizar, reflexionar, evolucionar, y profesar sus cuestiones de fe.

La historia transcurre en el Siglo XVII, cuando dos sacerdotes jesuitas portugueses (El Padre Rodrigues y el Padre Garupe) deciden ir a Japón a buscar al Padre Ferreira, que se cree ha sido tomado prisionero de los japoneses por realizar una labor evangelizadora en aquéllas tierras . Pero la hostilidad se hará presente desde el mismo momento que los misioneros tocan tierra japonesa, encontrando que el Padre Ferreyra ha desaparecido convirtiéndose más en una leyenda que en un mártir religioso.

Ese encuentro con la hostilidad no es otra cosa que el propio fanatismo religioso. Tanto los dos jóvenes jesuitas, como su antecesor, el Padre Ferreira, han ido a aquellas tierras con el propósito de expandir la fe cristiana. Pero han ido descuidados, desprotegidos, ensimismados en una cuestión de fe como si la labor evangelizadora se hiciera sobre un terreno yermo, carente de toda cultura y creencias, sobre un pueblo bárbaro e inculto. Ignoran, además, que el Emperador de aquellas tierras tenía su propia religión oficial.

Lo que se da en la realidad, es un pequeño choque de religiones entre aquellos que pretenden profesar la nueva fe, y las fuerzas del emperador que consideran a la nueva fe como subversiva y en consecuencia, persigue a los nuevos creyentes. Pero lo más interesante de la película está en la consecuencia de estos acontecimientos que no es otra cosa que la toma de conciencia de nuestros jesuitas.

La película desarrolla un análisis del proceso de adopción de una fe. Cuando llegan a las costas japonesas y se encuentran con los nuevos fieles, lo primero que se le exige al Padre Rodrigues es una muestra tangible de esa fe. Para ello, deshace su rosario, y entrega una cuenta a cada uno de los fieles y conserva el crucifijo, para más tarde, pedir la devolución de las cuentas y volver a armar el rosario. Los fieles han sentido la presencia de Dios en ese acto, y el Padre Rodrigues los asume como su guía espiritual. Pero más tarde, la Fe del propio Padre Rodrigues es la que trastabilla.

Es que el proceso de evangelización que llevan a cabo estos jesuitas no se hace sobre un terreno carente de religión sino por el contrario, se hace en un terreno de creencias diferentes (los japoneses eran mayoritariamente sintoístas), en un medio donde el pueblo vivía bajo la mano dura de un Emperador que imponía la práctica de dicha religión.

Esta intención de evangelizar dentro de un marco de resistencia es un proceso muy interesante porque a la larga provoca la duda sobre la propia fe. - Estoy asustado. El silencio de tu espera es terrible. Rezo pero estoy perdido. ¿o es que solo estoy rezando al silencio?- Es en esa duda, y en la forma de salvarla, donde está la clave de la película. La película, entonces, se transforma en una odisea, en una aventura de tipo espiritual. Es que la religión, si bien se practica a través de toda una liturgia, es básicamente un proceso interior. Corre por lo íntimo, por dentro, no por la cabeza sino por el corazón.

Por momentos y salvando distancias, Silencio me hizo recordar al film Appocalypsis Now de Francis Ford Coppola sobre la novela El corazón de las Tinieblas. En ambos casos hay un personaje perdido en medio de un terreno desconocido. Alguien emprenderá su búsqueda. Tanto en una historia como la otra, poco importa el personaje buscado sino el propio proceso interior de búsqueda. En Appocalypsis Now era encontrarse a sí mismo en medio del más tremendo horror de la guerra que implicaba transformarse en el enemigo mismo. En Silencio, la búsqueda es el encuentro de uno mismo, de la voz interior que nos conecta con nuestro espíritu. Encontrar a Dios es encontrar lo espiritual, lo que nos lleva a conservar la vida sobre cualquier otra cosa dado que la vida es el bien más preciado que poseemos, más allá de toda creencia. Sobrevivir, entonces, se transforma en un mandato divino.

Allí es donde aparece la necesaria figura del Apóstata, aquel que abandona sus ideas o su religión para seguir, aparentemente, otra diferente. En Silencio, el Apóstata lo hará para “salvar” la vida, dado que la vida es la que nos conecta con Dios. Lo dice claramente el Padre Ferreira: - ¡Mientras no te hagas apostata, ellos no estarán seguros! ¡Un sacerdote debe actuar imitando a Cristo! Si Cristo hubiera estado aquí, hubiera actuado. Se habría hecho apostata para su salvación.-

Riguroso film de Martin Scorsese, impecable desde el punto de vista formal, aunque le sobren algunos minutos en reiteraciones que no contribuyen ni a ampliar ni a aclarar la tesis central del film, aunque si a remarcar ese proceso existencial que sufren los protagonistas. Fotografiado formidablemente por el mexicano Rodrigo Prieto, con tonos muy esfumados y velados dando una apariencia brumosa donde nada parece ser demasiado claro. Financiado por múltiples productores de ambos continentes, prácticamente un film que nadie quería hacer y al que pocos querían apostar, encuentra en Andrew Garfield (Hasta el Último Hombre), Adam Driver (Star Wars VII) y Liam Neeson (Gangs of New York) a tres intérpretes inolvidables. Un film difícil de ver, largo y que requiere de toda nuestra atención, es un film para sentir con el corazón y disfrutar con el intelecto.

viernes, 17 de marzo de 2017

ELLE de Paul Verhoeven


FRIALDAD Y MASOQUISMO

Paul Verhoeven es un director holandés de una dilatada carrera internacional. Comenzó su labor cinematográfica en la televisión de su país en 1969, y rápidamente el cine le abrió sus puertas con tres largometrajes: Delicias Holandesas (1971), Delicias Turcas (1973) y El Soldado de Orange (1977) donde ya insinuó su habilidad artesanal y su carácter provocativo que desarrollaría más tarde en los Estados Unidos donde filmó películas altamente taquilleras y controversiales como Robocop (1987), Total Recall (1990) e Instinto Básico (1992). Más tarde, su carrera entró en un cono de sombras durante un tiempo prolongado. En 2006 reapareció en Holanda con El Libro Negro, una película sobre la delación y las traiciones en la resistencia holandesa durante el nazismo, quizá su obra más lograda. Ahora vuelve a aparecer con un film atrapante, frio y calculador como es Elle, luciendo sus mejores dotes como director cinematográfico. La puesta en escena de Elle es magnífica, de una elegancia y precisión  solamente posible por la capacidad de un gran maestro.

Elle es un film provocativo que se manifiesta a través del sadomasoquismo como reflejo del comportamiento de una sociedad en alto grado de descomposición, entendiendo como sadomasoquismo el desarrollo de conductas sexuales en las que se obtiene excitación y satisfacción sexual a través del propio dolor físico, la humillación, la dominación y el sometimiento, y como descomposición, la paulatina desaparición de instituciones básicas como son la familia y la iglesia.

Si bien Elle es ciertamente convencional en su planteo, no lo es en su resolución. Planteada como un policial clásico, su desarrollo la convierte en un fresco social y en una enorme crítica sobre la clase media francesa, cuyo tiro por elevación, también le pega a un mundo totalmente globalizado. Nos habla de la violencia cotidiana donde el estado de amenaza se encuentra siempre presente y la vida espiritual se ha perdido en pos de un materialismo vaciado de contenidos. Paradójicamente, Elle termina siendo un policial sin policías.

Este mundo llevado a su mínima expresión está representado por una familia, sus relaciones laborales y sus vecinos, en el cual Michelle (Isabelle Huppert) se transforma en el centro del relato. Ella es una mujer que vive sola, está separada de su marido, tiene un hijo y una madre. Con su ex marido mantiene una relación amistosa y con su hijo que está a punto de ser padre, tiene una relación inestable de clásico choque generacional. Con su madre mantiene una vida complicada que esconde un pasado turbulento. No obstante, 
Michelle es una empresaria exitosa que se dedica al desarrollo de video juegos.

El disparador de la trama es un acto de violación que sufre Michelle en su propia casa a raíz de la intromisión de un sujeto enmascarado que una vez cometido el crimen desaparece. Michelle no denuncia el crimen a la policía. No obstante, trata de investigar por su cuenta y su mundo de relaciones comienzan a aparecer como potenciales sospechosos.

Este micro mundo y sus relacionamientos es lo que la película pinta como un mundo decadente y poco feliz. Lo que llamamos familia en un sentido tradicional ha desaparecido. 
Lo que existe es un mundo de relaciones transitorias y por lo tanto, efímeras. Es decir, carentes de futuro. La mayor parte de los personajes están separados o a punto de divorciarse. El engaño está siempre presente. La traición está a la vuelta de la esquina. Las relaciones cruzadas dentro de ambientes sociales reducidos se transforman en un hecho social, no exentas de peligrosas adicciones producidos por el alcohol, las drogas y la falta de trabajo.

Una escena notable, tal vez la mejor de la película, transcurre durante una cena de Navidad. Al llegar la medianoche, una vecina propone escuchar la misa del gallo por TV donde aparece el Papa Francisco dando sus bendiciones. Todos ignoran el mensaje del Papa salvo esa vecina. Nadie se interesa por la religión, ni como rectora de costumbres ni como un camino hacia la espiritualidad. La festividad religiosa no ha sido la convocante de la cena sino tan solo una excusa. Dicha vecina es descrita dentro de ese contexto como un personaje en soledad, tal vez, el único personaje realmente creyente que profesa una fe.

Por otro lado, dentro de la trama existe un aspecto que no cierra. Una aparente contradicción. El padre de Michelle ha sido un asesino serial que lleva años de cárcel y es motivo de desunión familiar. No obstante ese antecedente, Michelle asume el rol de una burguesa ciertamente acomodada que ha tenido acceso a una educación superior, tiene su propia empresa y se encuentra trabajando en un rubro de liderazgo comercial.
El muy buen guión cinematográfico es de David Birke, que se basa sobre la novela Oh!! de Philippe Djian, el mismo autor de Betty Blue, que en 1986 llevará al cine Jean-Jacques Beineix, donde también, el personaje principal era una mujer capaz de volver loco a un hombre tranquilo y solitario.

Michelle parece indestructible, capaz de soportar todas las vicisitudes a que las somete el autor. Esa apariencia es obra del genial trabajo de Isabelle Huppert, una actriz con mayúsculas que cada vez que ha jugado el rol de mujer fatal ha tenido éxito. Es fácil recordar aquellos magistrales roles que de la mano de Claude Chabrol realizó para Violette Noziere (1978), una niña que se prostituía por las noches,  Asunto de mujeres (1988), en la que encarnaba a una abortista, ultima mujer que sufrió la pena capital en Francia, La Ceremonia (1995), donde hacía de una mucama que terminaba asesinando a sus patrones, o La pianista (2001) de Michael Haneke, como una maestra de piano sexualmente reprimida. En todos esos papeles hay un aire simultáneo de inocencia y fatalidad. En la interpretación de Michelle, la Huppert vuelve  a poner a prueba esa enorme capacidad actoral al servicio de la ambigüedad de un personaje alrededor del cual gira toda la película.

Elle es un film frío y objetivo pensado para la polémica que nos describe una sociedad en franca decadencia moral, el fin de una época, el advenimiento de otra cuya problemática parecería concentrarse en como disponer del tiempo libre sin caer en la tentación del ocio y la pérdida de valores que puedan llevar a la autodestrucción.

miércoles, 15 de marzo de 2017

UN CAMINO A CASA (LION) de Garth Davis



Para Elena,
Que me ayudó a ver algo más de la película.

SOBRE EL SER Y EL TENER

Esta es una de esas películas que nos hace soñar con un mundo mejor porque estamos frente a una historia de superación personal, de entrega y de gratitud. Una historia donde prevalece lo positivo, donde se observa gente que trabaja desinteresadamente para el prójimo, donde vemos que con trabajo y esfuerzo se llega a grandes logros, donde el dar es más importante que el recibir.

El film nos relata la travesía de Saroo, un niño de unos 5 años, de hecho, un niño de la calle que mendiga en un pueblito remoto de la India, y que termina perdido en Calcuta, donde es amparado en un orfanato. Allí, las autoridades comenzarán a buscar a sus padres, pero dada la imposibilidad de encontrarlos, resuelven dar al niño en adopción a una familia en Tasmania, Australia.

La historia que desarrolla la película es el derrotero real y personal de Saroo, un niño que en solo un par de años pasa de la pérdida de su propia familia a la adopción de una familia nueva, en otro país, con otra lengua, con otras costumbres. Pero Saroo no es un niño cualquiera, es un niño inteligente, con una actitud y una capacidad de determinación que le permitirá aprovechar las oportunidades.

Esta condición temperamental es algo clave en el film porque señala que más allá de la pobreza o de la riqueza, de cada circunstancia, hay una cuestión de carácter para enfrentar la vida que, ante iguales condiciones, marca caminos diferentes. La actitud de Saroo será el determinante de su éxito en la vida. Como cantan los versos de Fito Paez “si lo cuentas no se cumple el deseo,… atreverse a desplazarse en el tiempo, entender lo que está escrito en el viento, recibir los golpes, no tener miedo….No quejarse de todo… atreverse a atravesar el desierto”.

Saroo vive un gran momento de cambio y lo acepta tal cual es. Allí está la actitud positiva. En aquel remoto lugar, lo espera un matrimonio maduro, de buen pasar económico, que lo cría y educa hasta su mayoría de edad. Incluso adoptarán otro niño en iguales condiciones de Saroo. Pero lo notable es que los niños tienen diferentes temperamentos.

Mientras Saroo es comunicativo, sociable por naturaleza, su hermano adoptivo es hosco e introvertido. Su hermanastro; Mantosch, no se adapta al medio, y por lo contrario, se muestra poco comunicativo, agresivo. De hecho, ya adultos, las vidas de Saroo y su hermano adoptivo tomarán senderos diferentes. Saroo continuará su búsqueda. Mantosch se perderá en sí mismo. Estas cuestiones generan parte de los profundos problemas sociales que tienen los países, que no son solo determinados por problemas de orden económico, educacional, seguridad, salud o justicia social, sino por cuestiones propias e inherentes a la personalidad de cada individuo y su capacidad innata de evolución como persona humana que es.

Saroo cumplirá la mayoría de edad y tendrá la oportunidad de ir a la universidad. Su propósito es estudiar Administración Hotelera. En una de las primeras reuniones conoce una chica con la que empieza a desarrollar un romance. Su vida como adulto comienza en consecuencia a tener lugar. Es en una fiesta estudiantil donde el conflicto existencial verdaderamente estalla. Un compañero hindú de Saroo ha traído a la fiesta unos confitados que le hacen recordar a Saroo su niñez. Con Google a mano, Saroo, casi de manera obsesiva, comienza a buscar el lugar donde nació, que por otra parte no recuerda. Pero es en esa búsqueda, en esa obsesión por encontrar su pasado es donde la crisis personal y aquellas preguntas fundamentales de quien soy, de donde vengo y adónde voy, se hacen presentes por primera vez.

Ese positivismo de su personalidad, esa hombría de bien que le calza en forma natural, volverá a abrirle el camino a casa, pero más que a su casa a su destino. Un destino amplio y generoso para un ser bueno e inteligente, practico y luchador, un modelo de ser que moviliza siempre en forma positiva y que permite alcanzar cualquier tipo de logro.

viernes, 10 de marzo de 2017

JACKIE de Pablo Larraín




SOBRE EL DOLOR Y LA AMBICIÓN

El 22 de Noviembre de 1963, el Presidente de los Estados Unidos de América, John Fitzgerald Kennedy fue asesinado en la ciudad de Dallas, Texas, en momentos que realizaba una visita oficial a esa ciudad. Una semana después, su viuda, Jacqueline Bouvier (Jackie), dio una entrevista exclusiva al periodista Teddy White para la revista Life.
Jackie, la película, es tan solo eso. La narración de los hechos vividos por la viuda de presidente durante la semana posterior a la muerte del mismo hasta los funerales que le dieron cristiana sepultura, y la semana siguiente en la que otorga aquella famosa entrevista para contar los sucesos trágicos vividos en Dallas, Texas donde el sentido de perdida se vuelve absoluto a partir de la muerte de presidente.

En esos días, esa mujer no solo se convierte en viuda del presidente asesinado, sino que, además, deja de ser la primera dama de los Estados Unidos, debe abandonar la Casa Blanca como residencia presidencial y sede del hogar familiar, deberá despedirse de todo un cortejo de funcionarios que la acompañan en el quehacer diario de quien era la esposa del presidente, tendrá que buscar una nueva residencia y comenzar una nueva vida.

“Jackie” es ante todo una film sobre el dolor de una pérdida irreparable. Pero es también un film sobre la ambición y la construcción de uno mismo. Jackie no fue una mujer común. Había nacido para destacarse y había llegado a un lugar de privilegio. Años antes ya había sufrido pérdidas importantes. Tuvo dos partos en los que fallecieron sus bebes recién nacidos, marcando una vida con los signos de la fatalidad.

Lo que rescata la película es la determinación de Jackie de mantenerse incólume ante tanto daño. La metamorfosis que se produce en ella después de los hechos ocurridos es instantánea. Los disparadores de la misma son las propias “Razones de Estado” que determinan la necesidad de sustituir al presidente muerto por su propio vicepresidente. En consecuencia, Lindon B. Johnson debe asumir como nuevo presidente de los Estados Unidos solo horas más tarde de producido el magnicidio y con el cuerpo del presidente yacente aún en el hospital.

Esa metamorfosis no solo expresa el íntimo rechazo de la pérdida de su marido, sino también, la necesidad de reconocer y hacer perdurar un proceso político, al mismo tiempo, que inmortalizar el recuerdo de un hombre y sus ideales.

En el primer caso, la inmediata asunción de Johnson implica una continuación de la vida de la política, que no obstante el magnicidio ocurrido, encierra un borrón y cuenta nueva en cuanto al estilo de gobierno. De hecho, algunos historiadores observan que si bien Kennedy puso en la agenda temas sociales importantes, años más tarde fue la habilidad política de Johnson quien logró su aprobación en el Congreso. Un presidente que se va, otro que lo reemplaza. El fin de una era, el comienzo de otra. Eso no es un detalle menor en la enorme pérdida de Jackie.

Por otro lado está la necesidad de Jackie de que su marido perdure en ella: ahora la viuda del Presidente Kennedy. Consecuencia de ello, y en medio del dolor que siente por la tan reciente pérdida, se hace cargo de asumir la responsabilidad de todos los ritos funerarios que debe tener un hombre de Estado de la magnitud de su marido. Allí aparece no solo la formalidad sino también la propia admiración de ella sobre la figura política de quien fuera su marido, y su necesidad de trascendencia.

Al comenzar la década del ´60, Kennedy representaba al profeta del cambio para la generación de los baby-boomers. La Alianza para el progreso significaba la unión económica para toda América Latina. A raíz de ello, Jackie le cuenta al periodista que el tema final de “Camelot”, una comedia musical que vió junto a su marido en Broadway, se ha convertido en una obsesión para ella. Es que Camelot, hace referencia al Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda, el ideal de un mundo sin fronteras entre las naciones. Un lugar idílico de igualdad, justicia y paz. Un rey convertido en leyenda como sinónimo de inteligencia, honor y lealtad, munido de una espada (Excalibur) que representa al poder legítimo. “Ahora nunca volverá a haber otro Camelot” fueron las palabras que utilizó para dar por terminada aquella famosa entrevista.

El solo hecho de dar la cara una semana después del trágico suceso, otorgar el reportaje a la Revista Life, muestra en ella una fortaleza espiritual poco común como así también un nivel de ambiciones importantes. No provoca asombro que su vida mundana posterior a estos desgraciados acontecimientos la terminaría transformando en una mujer que fue un verdadero “icono” de su época.
El film de Larraín intercala hábilmente imágenes de archivos con la ficcionalización de la famosa entrevista y los preparativos de la mudanza para el abandono definitivo de la Casa Blanca. La relación con sus diversos asistentes y sobre todo con su Jefa de Protocolo muestran un alto grado de confianza y cotidianidad entre ellos. Los resultados de Larraín son cinematográficamente notables pero en el balance final su film resulta tan frio y calculador como la propia Jackie. No obstante, la forma con que encara la película resulta de un interés apasionante dado que la visión que propone no es la de tragedia en si misma sino la de los ecos que la tragedia produce.

jueves, 9 de marzo de 2017

T2: TRAINSPOTTING de Danny Boyle


OPORTUNIDAD Y TRAICIÓN

Danny Boyle debuta en el cine en 1994 con “Tumba a Ras de la Tierra”, después de haber pasado tres años en la televisión británica. Su debut fue auspicioso porque con un film de bajo presupuesto, lograba llamar la atención con un policial negro cargado de un humor también muy negro. Su siguiente film, y el que lo puso en un primer plano de la consideración no solo de la crítica sino también del público, fue Trainspotting. Unos años más tarde llegaría a ganar el Oscar 2009 por “Slumdog Millonaire”.

Trainspotting inauguraba un estilo que ya se insinuaba en su película anterior. Boyle, en este film, narraba en forma vertiginosa e incluso, rompiendo las reglas temporales, como así también confundiendo deliberadamente los registros de realidad y surrealismo. Muchos consideraron que Trainspotting fue en los `90 lo que La Naranja Mecánica en los ´70. La conmoción mundial provocada por el film  no tuvo lugar en Argentina dado que la gran censura existente en aquella época impidió que el film de Kubrick se estrenara a la par del resto del mundo. Aquí se vió 14 años después, por lo cual pasó casi desapercibido por las carteleras porteñas despertando tan solo la curiosidad cinéfila. (No obstante, fue un evento cultural que ratificaba los nuevos aires políticos y dejaba abierto un “destape” que caracterizaría a la nueva democracia).

Ahora nos preguntamos si tiene sentido haber filmado T2, la historia actual de aquellos amigos que pasaban sus días en los barrios pobres de la bella ciudad escocesa de Edimburgo, que como en la primera parte, también tiene como propósito ser un sofisticado y enorme video clip para vender la música de una banda sonora extraordinaria, con efecto Dolby mejorado, en lamentables salas llenas de jóvenes que siguen la música al ritmo del crunch-cranch de sus mandíbulas y el lamentable ruido del revoltijo del balde de pochoclo, más allá del silbido de la succión del vaso de gaseosa acompañado del clásico sonido del choque de cubitos en  el fondo del mismo.

Más allá de eso, es la historia de cuatro jóvenes viejos. El tiempo transcurre y los recuerdos quedan. Ellos siguen siendo los mismos. No han cambiado. Boyle declara que no interesa tanto lo que sucedió con esos muchachos sino cómo ven ese tiempo pasado desde el presente, como si la nueva consigna fuera reconocerse. En realidad, siguen siendo los mismos pero un poco más viejos. Más que ellos, lo que ha cambiado es el mundo en que viven que, en realidad,  los ha dejado más fuera que adentro  respecto de aquellos márgenes en que correteaban 20 años atrás.

Si se quiere profundizar, algo que el film apenas permite, dado que su velocidad narrativa imposibilita detención alguna para la reflexión durante su desarrollo, se trata de una película sobre la decepción. En el pasado, 20 años atrás, a estos amigos adolescentes no les importaba nada ni nadie. Ahora, Renton (Ewan McGregor) que los había robado y escapado con el dinero hacia Ámsterdam, vuelve arrepentido a devolverle a cada uno su parte de aquel viejo botín. Además, se ha limpiado de drogas, ya no consume, hace vida sana, y asumirá las veces de un redentor.

Pero el pasado siempre obra como un condicionador del presente. El pasado siempre vuelve, decía Paul Thomas Anderson en Magnolia. Y el pasado está de regreso  queriendo aclimatarse a los nuevos tiempos pero imposibilitado por un factor no inclusivo. Este presente, lamentablemente, no admite el cambio generacional.

Spud (Ewen Bremmer), quien es salvado de un suicido por Renton que llega justo a visitarlo, es convencido por este de reiniciar una vida sana y comienza a escribir la historia del grupo. Allí reitera dos palabras: Oportunidad y Traición, como si esas dos palabras sintetizaran la historia del grupo. Es como una muletilla fatídica que los acosa. Siempre hay una oportunidad, pero también siempre hay una traición a la vuelta de la esquina. Esa traición se traslada también a los tiempos que vivimos. El cambio ocurre y otorga la oportunidad. El tiempo transcurre, envejecemos, nos “dejamos estar” creyendo acompañar el tiempo que vivimos, pero ese tiempo corre más rápido que nosotros, se nos adelanta, se nos escapa y nos deja fuera de época.


¿T2: Trainspotting es más de lo que parece? El lujoso envoltorio de video clip que la contiene, la perfección del sonido de la música que acompaña, los personajes borders que la pueblan, la vertiginosidad del ritmo narrativo, las licencias cinematográficas que se toma Danny Boyle para contarla, más los baldes de pochoclo y los tubos de coca cola, hacen que salgamos del cine tarareando música en lugar de pensar lo que hemos visto. Pero… ¿y si nos detenemos un poquito? ¿Queda lugar para la reflexión? ¿O acaso Boyle tuvo una gran oportunidad y sólo terminó con una traición a sí mismo?

sábado, 4 de marzo de 2017

LA CHICA SIN NOMBRE de Luc y Jean-Pierre Dardenne



DE LA CULPA PERSONAL A LA RESPONSABILIDAD SOCIAL

Una vez más nos llega una película de los hermanos Dardenne, aquellos belgas que entre fines de un siglo y principios de otro, nos fascinaron con trabajos tales como “La Promesa”, “Rosetta”, “El Hijo” y “El Niño”. Un cine único y casi irrepetible que abreva en el más puro neorrealismo italiano y que ellos lo traen en su formato hacia el presente, rellenándolo con esas historias llenas de vida que constituyen todo un fresco de los problemas sociales de nuestra época.

Los Dardenne trabajan sus obras desde la idea misma del proyecto, elaborando un guión cuidadoso que plasman en una puesta en escena meticulosa en una absoluta búsqueda de realismo no exenta de cierto lirismo. De esta manera de trabajar surge una obra que es siempre testigo de una realidad que caracteriza la sociedad pos industrial de esta época. Seguramente los Dardenne no pueden cambiar drásticamente esta realidad, pero sus personajes, aportan con pequeños gestos o acciones a que esa realidad sea más soportable, más digerible. Ello solo es posible porque el cine de los Dardenne lleva a la solidaridad como agente del cambio.

La cámara de los Dardenne es siempre testigo de las acciones de los protagonistas. La mayor parte de las veces, los sigue directamente, generando un cine de fuerte contenido subjetivo, un cine testigo que hace que nosotros, los espectadores, veamos y conozcamos lo mismo que ven y conocen los protagonista de sus films.

Esta nueva película estrenada esta semana en Buenos Aires no es ajena a ello. Esta vez su protagonista es una joven médica que hace clínica general en Seraing, Bélgica (cerca de la frontera con Alemania), una pequeña ciudad de unos 60 mil habitantes que tuvo su mayor esplendor en el siglo XIX, cuando se descubrieron minas de carbón que dieron lugar a la producción de acero y cristal. Seraing fue una ciudad floreciente hasta terminada la Segunda Guerra Mundial, momento en que comenzó su declive hasta que a mediados de la década del 70 cerraron las minas y comenzó el cierre de actividades industriales arrastrando enorme problemas económicos y sociales.

La joven médica Adele Haenel, magníficamente interpretada por Jenny Davín (carente de antecedentes cinematográficos como suele suceder en todo el cine de los Dardennes), recibe en su consultorio la visita de dos policías que tratan de identificar el cuerpo de una joven de raza negra que ha sido encontrada muerta la noche anterior. Adele queda conmovida porque la joven tocó el timbre del consultorio esa misma noche y no fue atendida dado que llegó pasada la hora de atención.

Como consecuencia de ello, Adele comienza a generar un proceso de culpa y en consecuencia, trata de aminorar esa culpa tratando de averiguar el nombre de la occisa a los efectos de enterrarla de manera tal que pueda ser identificada. Paralelamente, un adolescente que atiende en su consultorio comienza a experimentar problemas que aparentan más disturbios de conducta que afecciones de tipo clínico. Consecuencia de ello, la película, que hasta allí era una clara muestra de las necesidades médicas asistenciales que tienen los habitantes de esos barrios marginales, comienza a transformarse en un policial estilo “Dardennes”, donde nuestra médica se convierte en una pequeña discípula de Hércules Poirot, y luego en una “monja” al mejor estilo hithcockiano.

Toda la película está guiada por la doctora Adele, yendo de lo particular a lo general, es decir, del sentimiento de culpa personal al involucramiento en el problema social.  Ella delante, la cámara de los Dardennes por detrás,  siempre atentos observando el cuadro de miseria y pobreza que afecta los márgenes de las ciudades otrora industriales, convirtiendo a su film en una pequeña joya del cine de denuncia, mostrando una y otra vez la ausencia de un Estado que no está al menos donde debería estar (a tan solo 150 km de Bruselas, sede del Parlamento Europeo, una ciudad habitada mayormente por políticos).

Seguramente la falta de atención médica o falta de médicos no sea la denuncia principal de la película. Aquí hay consultorios y médicos, y los pacientes reciben una atención adecuada. Pero lo que falta es contención a los problemas sociales que se presentan derivados de la falta de trabajo estable, agravados por la aparición de extranjeros, la mayoría de ellos personas de raza negra que, provenientes del norte del África u otros países, terminan cayendo en actividades ilegales tales como el tráfico de drogas y la prostitución.  No obstante, una y otra vez es la falta de trabajo el común denominador.

Un pequeño film de los belgas pero contundente y eficaz en su denuncia. Los hermanos siguen fieles a sí mismos, construyendo un cine muy personal y de características únicas en el cine actual. Trabajan siempre juntos, son sus propios guionistas, filman en su país de origen, carecen de estrellas consagradas en sus elencos, son económicos en sus puestas en escena y logran filmes interesantes y contundentes en sus denuncias que merecen ser vistos. Es una joya pequeña que luce sin llamar la atención.

viernes, 3 de marzo de 2017

EL VIAJANTE de Asghar Farhadi




A Stella G,
Quien siempre me ayuda a entender mejor el mundo de los autores norteamericanos.

LA METAMORFOSIS Y SU GRADUALIDAD

Emad Ethenasi y su esposa Ranaa, una pareja joven sin hijos,  viven en Teherán en un departamento que debe ser evacuado porque graves fallas estructurales comienzan a producir grietas en las paredes y el estallido de vidrios y ventanas. Él es profesor de Literatura en una escuela secundaria y por las noches trabaja como actor. Ensaya el papel de Willy Lohan en la puesta en escena de “La Muerte de un Viajante” de Arthur Miller. Ranaa es ama de casa, y también es actriz. Está junto a Emad en la misma obra, y hará el papel de Linda, la esposa de Billy.

Emad es un muy buen profesor. Estimula a sus alumnos con lecturas y preguntas llevándolos a pensar y enseñándoles a cuestionar. Ahora están leyendo “La Vaca” de Gohlam Saedi y un alumno le pregunta como un hombre puede convertirse en una vaca, y Emad le contesta: “Gradualmente”. Esa gradualidad de Saedi parece estar sumamente emparentada a la “Metamorfosis” de Franz Kafka, donde un comerciante de telas se transforma en un insecto, donde pareciera ir desde la pérdida del sentido de lo social hacia el individualismo y egoísmo en su estado más puro.

Ni el edificio con fallas estructurales, ni el teatro de Arthur Miller ni la literatura de Saedi son aspectos decorativos del film sino más bien tres aspectos fundamentales que de manera metafórica utilizará el inteligente guión de Farhadi para reflexionar sobre la realidad de su país, ello es Irán, un país con un territorio inmenso donde viven 80 millones de personas que, a partir de 1979 con la huida del Sah Muhammad Reza Palevi y la instauración de una república islámica con fuerte predominancia en lo religioso, se convirtió en un bastión fuertemente hostil para Occidente en un enclave particularmente estratégico de la producción petrolera. Las características más importantes de esta conversión fueron una concentración enorme del poder en un grupo muy reducido de personas de caracteres fundamentalistas, y sus consecuencias, una disminución de las libertades individuales más básicas de sus habitantes.

Así como “La Vaca” puede hacernos reflexionar sobre la gradualidad de cómo un hombre puede convertirse en una bestia, de la misma manera puede interpretarse que las graves fallas estructurales de un edificio  de departamentos pueden ser las grietas que comienza a manifestar un régimen o de una sociedad que no ha logrado despegar a más de 40 años de una revolución sangrienta que los ha aislado en gran medida del mundo. Y de la misma manera encaja el mundo de Arthur Miller. “La Muerte de un Viajante”, que tal vez sea la obra más paradigmática de toda su literatura, cuestiona fuertemente el “modo de vida americano”, aquel que alude a la consecución de ciertos valores como formar una familia, tener la casa propia, y dar educación a sus hijos como metas fundamentales de la realización personal. Es en ese “viajante” que Willy Lohan, su inmortal creación teatral, no pudiendo alcanzar los objetivos del sueño americano, termina por corromperse y finalmente se suicida.

El proceso que Emad desarrolla en la película de Farhadi es similar. En el comienzo, es un hombre ejemplar. Buen marido, excelente profesor durante el día, talentoso actor durante las noches de teatro, inicia un “gradual” proceso de metamorfosis en su diario actuar producto de la falta de contención que le genera un medio que le es directamente hostil.
Obviamente, al promediar la película, ocurre un suceso que no vamos a mencionar que da comienzo a los cambios en su accionar y sus convicciones comienzan paulatinamente a trastrabillar, hasta encontrarnos en ese final en el que Emad, gradualmente, se ha convertido en “vaca”, es decir en bestia, lejos del excelente profesor y buen marido del principio. Es la metamorfosis del hombre en masa. Aquella masa impersonal que permite a los gobiernos llevar de un lado para el otro a todos aquellos que los siguen dando respaldo, tanto en forma democrática como dictatorial, la oportunidad de perpetuarse  a gobiernos desgastados sin ninguna posibilidad de sustento electoral.

Asghar Farhadi es un director iraní que tiene tan solo cuatro películas en su haber en las cuales su denominador común es la opresión del individuo. “A Propósito de Elly” (2009), rodada en el norte de Irán, en las playas del Mar Caspio, fue su ópera prima donde encerraba a dos grupos familiares en una playa donde desaparece uno de sus miembros. En 2011 filma “La Separación”, film cuyo título describe el proceso de divorcio de una pareja casada bajo las estrictas leyes religiosas y civiles impuestas por las costumbres iraníes. En 2013, en “El Pasado” narra una melancólica historia de amor en Francia donde un marido abandona a su mujer para volver a Irán, y después, arrepentido, regresar a Francia a buscarla. Ahora vuelve con este gran film que acaba de ganar el Oscar al Mejor Film Extranjero en Hollywood, y que está a la altura de aquel que lo hizo famoso.

En “El Viajante” no solo es responsable de la dirección del film sino también de su guión, un guión muy bien estructurado donde nada queda sujeto al azar sino que todo tiene una relación exacta de causalidad y consecuencia. Pero Farhadi brilla en la puesta en escena. La película es cinematográficamente deslumbrante. La precisión de la puesta, la elección de la “Muerte de un Viajante” como contrapunto entre la realidad que viven los protagonistas y la ficción de los personajes de Miller, a tantos años, y miles de kilómetros de distancia tanto física como cultural, pero tan cercanos en esa crisis existencial que experimentan ahogados unos en un sueño de clase media inalcanzable, y los otros, en su sueño de normalidad y libertad perdida.