viernes, 12 de mayo de 2017

FRANTZ de Francois Ozon


LA CULPA Y EL PERDÓN

Quedlinburg, Alemania, 1919. Un extraño joven francés, Adrien Rivoire, llega al pueblo para depositar flores sobre la tumba de Frantz Hoffmeister y tratar de hablar con sus padres, que no están solos ante la pérdida del hijo sino acompañados de la que en vida fuera su novia Anna. Así comienza Frantz, el extraño y apasionante nuevo fil del francés Francois Ozon.

Con innumerables vueltas de tuerca, Frantz habla en primer término sobre el dolor de la pérdida. Una pérdida irreparable como lo es la causada por la muerte, en este caso, producida  en una acción bélica durante la Primera Guerra Mundial. Lo absurdo de la guerra no hace otra cosa que poner al descubierto la fragilidad del ser humano, sus pasiones y temores ante la maquinaria política y económica que ha desatado dicha guerra.

Pero a su vez, Frantz toca también el tema de la necesidad de perdón, uno muy especial al que obra obligado por las circunstancias, aquel que siente un soldado después de haber matado al enemigo, a ese otro que también es un ser humano, aunque su obligación haya sido la de matar o morir, lo cual, lo justifica. No obstante, ese perdón es el mecanismo muchas veces se necesita para poder vivir. En el fondo, esa visita de Adrien a una tumba y a los padres del muerto, no es otra cosa que una necesidad de exculpación que le permita seguir adelante.

Pero la cuestión no termina allí porque del otro lado, están los padres y la novia del soldado muerto. Paradójicamente, también hay una tumba. Una tumba vacía dado que Frantz no ha sido enterrado allí sino en la trinchera donde murió en la guerra, en una fosa común junto a los cadáveres de otros soldados que cayeron junto a él. Esa tumba vacía en el cementerio del pueblo encierra una primera mentira de una serie de mentiras donde los personajes prefieren mentir o vivir engañados ante el dolor de conocer la verdad. Pero también señala la necesidad de llenar vacíos: la de los padres del muerto, el de su novia e incluso, el de su ejecutor.

Es allí donde, el film de Ozón adquiere ribetes hithcockianos (el film hace recordar a Rebecca aunque su antecedente inmediato sea Broken Lullaby – Remordimiento - de Ernst Lubtisch) y decide seguir al film ya no como un drama sino como una comedia de suspenso. En su filmografía, Bajo la Arena (2000) trataba un tema similar. En aquella película era el marido de Charlotte Rampling el desaparecido en el mar mientras ella caminaba por la playa. La desesperación y la incomprensión, daban lugar más tarde al descubrimiento de una vida que no había sido lo que parecía, dando espacio a la decepción, aunque también daba lugar a una salida de superación, a la necesario etapa de un volver a empezar para su protagonista.

En Frantz, ante la desaparición, los comportamientos generan sentimientos diversos y a veces encontrados, pero que viran invariablemente hacia adelante ante la necesidad de seguir viviendo. Hay una necesidad de sustitución. Y esa necesidad encuentra en la mentira un motor para superar el pasado y asumir el presente. Los personajes nunca son lo que parecen ser ni hacen lo que se piensa deberían hacer. Todos parecen reinventarse para poder hallar el camino hacia una felicidad que parece esquiva. En consecuencia, la comedia se impone sobre el drama, y el ritmo narrativo se agiliza.

La habilidad de Ozon para estructurar la trama es notable. Los personajes conocen solo una parte de lo que se cuenta, pero el espectador conoce toda la verdad de la historia. Ello genera un suspenso que es esencial para el desarrollo de la trama. El espectador siempre queda enganchado a través de las diversas vueltas de tuerca que imprime el guión.

El relato está poblado de simbologías. Hablamos de un cajón vacío. Allí debería descansar el cuerpo de un muerto con toda su historia de vida.  Pero en verdad no contiene nada. El cuerpo descansa en el campo de batalla en una fosa común. Ante la pérdida total, los personajes prefieren rendir tributo a una tumba. Frente al bucólico pueblo de Quedlinburg se opone el supuesto esplendor de París, lo cual no es otra cosa que un juego de opuestos entre vencidos y vencedores. En uno y otro lado de la frontera el localismo pesa y se observa que la confrontación ha dejado cicatrices. Hay rastros de odio. En un momento del relato aparecerá un extraño cuadro: El Suicido de Eduard Manet. Supuestamente, ese cuadro apasionaba a Frantz. ¿Ese suicida sin cuello de Manet acaso alude a un decapitado? ¿Cuál es la verdad? Acaso la mentira vuelve a estar presente como siempre lo está en el arte. Porque el arte es siempre una representación de la realidad. Nunca la realidad misma. Acaso el propio Ozon está haciendo una declaración de principios en la cual manifiesta que toda historia por más bien contada que sea, no deja de ser una mentira? Estamos ante un momento crucial  del film  donde la ex novia de Frantz se enfrenta con la más cruda realidad.  Han pasado muchas cosas. Se han dicho mentiras y se han descubierto algunas verdades. Lo cierto es que está sola y debe comenzar una nueva vida.

Reflexión sobre la verdad y la mentira. Sobre la culpa y el perdón. Este nuevo film coloca a Francois Ozon como uno de los más importantes narradores del cine actual. Con variedad de recursos. Fotografía en blanco y negro, con algunos toques de color, con cuatro grandes actuaciones y una música inolvidable, Ozón concreta un film notable, sutil, profundo. Una mirada amarga de la vida que sin embargo deja entrever que siempre hay una posibilidad de salida. 

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