jueves, 29 de junio de 2017

UN DON EXCEPCIONAL (GIFTED) de Marc Webb



UN SER LUMINOSO

Cómo criar y educar a una niña prodigio parece ser la pregunta que se hace esta notable película americana realizada con un bajo presupuesto y con mucho talento por la Fox. Mary es una niña de 7 años, una personita distinta, diferente en función de poseer un mayor coeficiente intelectual. Alguien capaz de resolver, por ejemplo, fórmulas matemáticas de alta complejidad.

La niña desciende de una familia de superdotados. Su abuela, su madre y su tío son personas que se han destacado por su alto nivel de IQ y en sus capacidades en el análisis matemático. Su madre ha muerto y ahora es su tío quien está a cargo de su crianza.
Es común que cada uno de nosotros tratemos de evitar nuestras propias frustraciones en la crianza de nuestros hijos. Ese es el dilema fundamental que plantea esta película, fundamentalmente a través del rol del Tío Frank, alguien que ha abandonado la ciencia para disfrutar de la vida en un pueblito costero cerca de Boston donde se dedica a reparar veleros y ahora tiene la tenencia y responsabilidad de criar a su sobrina.

El film, si bien se centra en el personaje de la niña genio, es la búsqueda de libertad de Frank. Es la huida de un ser intelectualmente superior que se siente preso en su superioridad y necesita transformarse en una persona común. Es en ese esfuerzo donde aparece el Tío Frank, casi obsesionado en que su sobrina no sufra sus propias frustraciones y viva una infancia normal en ese pueblo costero de la costa de Florida en lugar de educarse en alguna de las grandes universidades americanas donde el premio Nobel en Ciencias es algo habitual. Pero esa necesidad choca contra la realidad y los convencionalismos sociales.

Frank quiere disfrutar de la vida que no disfrutó de joven y como consecuencia de ello, quiere que su sobrina Mary pueda tener la libertad de ser una niña común. Dada la capacidad de desarrollo intelectual, su aspiración es que ella aprenda sencillamente a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida: el ocio, la amistad de sus vecinos, un show por televisión, el compañerismo en el Colegio, el juego ocasional. Pero resulta el IQ de la niña es un elemento diferencial que la distingue y las distancia del resto, aislándola como persona muy a su pesar. Los prejuicios no solo responden al individuo sino también a la sociedad. Y la inserción de Mary en un colegio normal se transforma en una odisea judicial.

Un Don Excepcional es una parábola distinta a lo que estamos acostumbrados  a ver. Normalmente el cine americano ha transitado la vida de seres excepcionales de diferentes maneras. Algunas veces, a través del retrato del desequilibrio mental que tiende a la violencia y/o el crimen (Patrick Bateman de American Psycho, o Lisa Rowe en Inocencia Interrumpida). Otras, describiendo el proceso de disociación que confunde realidad y fantasía como el de Nina Sayeers del Cisne Negro.  Pero también existen aquellos casos en que la enfermedad mental no impide la diferenciación del bien y del mal, como en el caso de del Murphy de Atrapado, Sin Salida (1975), o del autista de Raymond Babbit en Rainman (1988), o incluso el retraso mental de Forrest Gump de Tom Hanks(1994), quien con su inocencia solo ve los aspectos positivos de la vida que lo llevan de ser un sobreviviente de Vietnam a ser un empresario pesquero exitosos en la vida. Pero más allá de las películas mencionadas, tal vez sea el Josh Nash de Una Mente Brillante (2001), un ganador del Premio Nobel con tremendos problemas de relacionamiento y poca estabilidad emocional, quien se acerque más a la niña Mary Adler.

Mary coincide con Josh Adler en su alto coeficiente intelectual. Pero a diferencia de los altibajos de esquizofrenia delirante del matemático, la niña es un ser luminoso lejos de toda maldad y enfermedad. Ella es una niña en pleno crecimiento que solo busca ser una niña más. Su inocencia, su lejanía de la maldad, la prepotencia inocente de su superioridad intelectual, su espíritu de justicia, su necesidad de amar y ser mimada es pintada por Webb con suma delicadeza, y de ello surge  su criatura como un ser celestial que solo busca crecer libre de prejuicios y determinaciones para poder ser en el futuro una persona libre en un mundo adulto sumamente convulsionado.

El guión de Tom Flynn acierta en todo momento escapar del lugar común. Plantea el film como una comedia pero la desliza a través del drama tribunalicio dándole una pátina de  suspenso y ello sutilmente juega entre el bien y el mal a través de los avatares judiciales.  Marc Webb dirige este material con la habilidad que le da su amplia trayectoria tanto en cine como en televisión. Recordemos que en su haber cuenta con exitosos films como la comedia “500 días con ella” (2009), y las superproducciones The Amazing Spiderman I (2012) y II (2014). Chris Evans (Los 4 Fantásticos, 2005;  Capitán América, 2011; Los Vengadores,  2012) le da credibilidad a su Tío Frank. Mackena Grace, una niña de 11 años, que a partir de 2013 tiene una dilatada carrera en la TV (incluida Designated Survival), da vida a Mary con una gran espontaneidad. A ellos los acompañan otras dos grandes actrices: Octavia Spencer como la vecina, y la escocesa Lindsay Duncan como la abuela.

En síntesis, una película tan luminosa como el ser que retrata presentando un dilema ético donde se pone en discusión el problema del ser y el deber ser, algo así como si tuviéramos que decidir entre “si la niña es una superdotada, debe recibir una educación superior” o “si la niña tiene 7 años, debe vivir su infancia”. ¿Es posible lograr un equilibrio entre ambas posiciones? ¿Es un dilema que solo deben resolver los adultos? ¿Importa la opinión de la niña? De lo que no quedan dudas es que si se establece el dialogo, puede haber solución.

sábado, 24 de junio de 2017

YO, DANIEL BLAKE de Ken Loach



NO SOY UN CLIENTE, NI UN NUMERO NI UN PUNTO EN UNA PANTALLA

A los 81 años, Ken Loach sigue filmando fiel a su trayectoria. Hizo su debut cinematográfico con Pobre Vaca (1967), a la que le sucedió Kes (1969), dos joyitas que se encuentran entre lo mejor del denominado Free Cinema Inglés en el momento final de ese movimiento que integrarán, entre otros, cineastas como Lindsay Anderson, Tony Richardson, Karel Reisz y John Schlesinger. 

Asimismo, es el cineasta inglés más premiado en Cannes. Sus obras Agenda Oculta (1990), Lloviendo Piedras (1993), Tierra y Libertad (1995) y Yo, Daniel Blake (2016) se alzaron con premios muy importantes en el Festival de Cannes de esos años, las dos últimas, con la Palma de Oro.

Yo, Daniel Blake es un film importante. Rescata lo humano sobre lo político, a la vez que describe a un hombre que al borde de sus 60 años no solo tiene que luchar contra los inconvenientes de su salud y los problemas que le genera un mundo cibernético, sino también el desamparo que siente frente a un Estado burocrático y deshumanizado incapaz de entender su incapacidad laboral.

Loach describe minuciosamente a Blake, un obrero de la construcción, hábil carpintero, una de esas personas que se dan maña para todo, que vive en las afueras de Londres. Nos hace conocer su soledad, su tenacidad, su buen carácter, su apego a la ley, su decencia, su buena relación con los vecinos, su solidaridad con una madre soltera y sus hijos. El retrato del personaje es completo. Simpatizar con Blake no genera ninguna dificultad.

Pero Blake tiene un problema. Ha sufrido un infarto que le impide seguir momentáneamente trabajando. Aquí aparece una primera señal de alerta que muestra el desamparo de un trabajador común frente a la incógnita que le presenta su futuro. Blake no solo carece de un seguro automático de salud sino que también carece de un seguro de desempleo. Pero Blake puede tramitarlo ante la Autoridad Sanitaria. Y aquí comienzan los problemas.

Loach encara primero el tema de Internet y las personas mayores. Lo hace con humor y mucha ironía. Todo se encuentra sistematizado. No es fácil entrar por primera vez a una computadora, mucho menos a los 60 años de un hombre que ha realizado tareas manuales durante toda su vida. Internet se transformará en una pesadilla kafkiana. Una experiencia absurda y angustiosa, innecesariamente complicada cuyo único propósito es identificar al sujeto y proporcionarle un turno.

Ahora Loach se pone más serio y se pregunta al servicio de quien está ese Estado, un Estado burocrático que lejos de estar al servicio del ciudadano se transforma en una maquinaria de impedir. El proceso de otorgar un subsidio por enfermedad pasa por tantos vericuetos que el damnificado parece un delincuente tratando de estafar al sistema nacional de salud.

No obstante la contundencia y la agilidad del relato, Loach pareciera caer en alguna posición política que falsea la realidad. Queriendo mostrar la situación de inferioridad, de falta de cobertura y de indefensión del ciudadano frente a un Estado liberal, muestra a un Estado injusto con los más pobres, con los más necesitados, pintando una serie de situaciones que bordean el absurdo y la arbitrariedad transformando la obtención de un subsidio en una carrera de vallas. Que una persona que ha sufrido un infarto y se le ha recetado reposo pida un subsidio parece algo normal. Sin embargo, a dicha persona se le niega un turno solicitado en forma presencial porque solo se otorga por Internet. Por otro lado, el Estado hace pasar al enfermo por una serie de requisito que comprenden asistir a un curso para aprender a armar un currículo, y responder al menos a 10 solicitudes empleo. Un absurdo absoluto que se puede corroborar simplemente con un certificado médico.

Más allá de estas ingenuidades demagógicas, la gran actuación de Dave Johns como Daniel, el ritmo sostenido que Loach le impone al film y el interés del relato respaldado en el buen guión de Paul Laverty, habitual sostén del director, logran una película cuya importancia social es indiscutible. Claramente, la humanidad va a vivir más más allá de los 60 años. Hoy el promedio de vida para un país como Argentina está en los 75 años. El mundo desarrollado excede los 80 años. Está claro que una vida de trabajo merece ser asegurada económicamente por el Estado o por un sistema previsional eficaz más allá de la esperanza de vida laboral. No quiero ser un cliente, ni un número ni un punto en una pantalla. Siendo un ciudadano que ha pagado sus impuestos, merezco, por lo tanto, la atención y el cuidado del Estado.

miércoles, 21 de junio de 2017

EL BAR de Alex de la Iglesia

UN MUNDO CAOTICO

Alex de la Iglesia es uno de los directores más famosos, inteligentes y aclamados que ha surgido detrás de la movida almodovariana surgida poco después del famoso destape español producido tras la muerte de Francisco Franco. Su cine abreva tanto en el esperpento español como en el comic americano. El Bar, su última película recientemente estrenada en Buenos Aires, es una nueva metáfora que alude al estilo desangelado de vida actual.

El bar no solo es el título de su nuevo film sino que es el lugar donde transcurre la mayor parte del nuevo film del realizador español. Un bar es un lugar donde la gente habitualmente llega para tomar alguna bebida o comida rápida. Se trata de un sitio, si bien de origen inglés, muy apegado también a nuestra idiosincrasia latina. Pero este bar, lejos de ser un lugar de encuentro, más vale parece ser un sitio concurrido por solitarios y marginales.

Tanto en la escena inicial como en la final, De la Iglesia da muestra de su maestría y capacidad de síntesis. El inicio es un largo travelling que sigue a los protagonistas de la historia en una esquina muy concurrida de Madrid que está al servicio de dos objetivos: por un lado, presentar a los personajes que indudablemente se dirigen al bar de la esquina, y por otro, mostrar que cada uno de ellos, y todos los que pasan a su alrededor, están cada uno en la suya. La indiferencia entre ellos es total. Un retrato de una sociedad ensimismada.

En el extremo opuesto, en la escena final, la protagonista emergerá a la superficie sin que nadie ponga su atención en ella y se perderá en la multitud como si nada hubiera ocurrido. La indiferencia será total. Será la transformación de una persona en nadie, un transeúnte más, hasta que la multitud cobre su propia y única presencia. La masificación en su máxima expresión.

Dentro del bar, la capacidad de De La Iglesia y su permanente coguionista Jorge Guerrricaechevarria,  encerrarán la acción y se abocarán a la descripción de personajes y situaciones límites donde, a través de situaciones y diálogos inteligentes,  aparecerán diferentes personalidades que permitirán describir los conflictos y distintas miserias humanas que traban el desarrollo pacífico de la vida comunitaria: el egocentrismo, el ensimismamiento, el desinterés en los demás, la locura desenfrenada en uno de sus personajes principales. La situación muestra que la individualidad se impone sobre lo colectivo. Cada quien está metido  en lo suyo sin importarle en lo más mínimo lo que está haciendo “el otro”.

Descriptos los personajes, un hecho inesperado provocará una situación de encierro total. La desesperación de los parroquianos provocará un crescendo en el que irá apareciendo el individualismo, el egocentrismo, egoísmo, la falta de solidaridad. Será el reino del sálvese quien pueda.

Muy emparentada con La Comunidad, aunque en realidad sea una nueva vuelta de tuerca sobre el mundo indiferente y desesperanzado que el vasco De La Iglesia ya retrató en aquélla película tano como en La Chispa de la Vida y Mi Gran Noche, El Bar resulta ser un film lúcido sobre el mundo caótico que vivimos, un mundo que fundamentalmente carece de solidaridad. Lo cierto es que más allá de su propuesta, el film brilla por su equilibrio, por la capacidad narrativa del realizador, la prodigiosidad del travelling inicial, la capacidad de síntesis de su final, y los excelentes y chispeantes diálogos que mantienen el interés despierto del espectador durante toda la trama, sin dejar de reconocer el nivel de excelencia de sus actores: Blanca Suarez, Mario Casas, Carmen Machi, Jaime Ordoñez, la siempre eficiente Terele Pávez, y hasta el argentino Alejandro Awada, están estupendos en sus respectivos roles.

lunes, 19 de junio de 2017

LA RED de Kim Ki-Duk


RAZÓN DE ESTADO VS. ESTADO DE DERECHO

El coreano Kim Ki-Duk estudió arte en Paris a principios de los años ´90,  y en 1996, se graduó como escritor de guiones cinematográficos. Durante esa misma época, comenzó a hacer cine “a su manera”, lo cual implica observar y entender lo que hace la gente, filmando sus vidas. Tan solo eso… disparar una cámara de cine.

Su carrera como guionista, productor y director ha sido prolífica. Tiene en su haber cerca de 24 films. En la Argentina no se ha visto todo su cine. Se lo conoció en el Festival de Mar del Plata 2002 en el cual presentó Domicilio Desconocido. Pero su debut comercial fue quizá con su película más emblemática: Primavera, Verano, Otoño, Invierno y Otra Vez Primavera en 2004, una profunda reflexión sobre vida y sus etapas, y la búsqueda del equilibrio del hombre en medio de las fuerzas de la naturaleza. Más tarde llegaron otras obras valiosas, entre ellas,  Hierro 3 en 2006 y Piedad en 2012. Ahora tenemos la fortuna de poder apreciar La Red, su última gran obra que presentó el año pasado en el Festival de Venecia.

La división de Corea en Corea del Norte y Corea del Sur, utilizando arbitrariamente el paralelo 38 fue consecuencia de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Japón había ocupado la península de Corea desde 1910. Al terminar la Segunda Guerra, vencido por los Aliados, devuelve los territorios ocupados. En consecuencia, y con el propósito de neutralizar el poder de China, las potencias emergentes llegan a un acuerdo. Los Estados Unidos ejercerán dominio al sur del 38, y la Unión Soviética al norte hasta la frontera con aquel país.

El comienzo de las guerras entre las dos Coreas fue inmediato. China no fue ajena a ello. El enfrentamiento de las Coreas tuvo un origen claramente ideológico. La Corea del Sur comulgaba con el pensamiento liberal del Oeste y la norte con el comunista del Este. El enfrentamiento ha sido casi permanente a  lo largo de los años. La resultante de ello, es que la Corea del Norte se ha transformado en una potencia nuclear, mientras que la del Sur en una potencia industrial. Los niveles de vida alcanzados son muy diferentes.

El planteamiento de Ki-Duk es directo. Rápidamente establece la acción del film en la frontera binacional, a orillas de un lago que separa los dos países, y elige como protagonista a un pobre pescador de la zona cuya red de pesca se engancha en el motor de la lancha que, averiado es empujado por la corriente,  y va a parar a la otra orilla, o sea, a territorio enemigo.

La Red es una cruel parábola sobre la libertad del hombre. La libertad es la forma de actuar del hombre usando sus facultades de elegir de manera responsable respetando los derechos del otro. En la película, una vez cruzada la frontera, el protagonista pierde dicha libertad ante el solo hecho de haber cruzado un límite sin el debido permiso legal y en consecuencia, transformándose en un “fuera de la ley”. El ilegal no tiene derechos. Y por su comportamiento delictivo, queda detenido en calidad de sospechoso.

El detenido es derivado a un lugar / no lugar a disposición del Estado. Allí es sometido a interrogatorios  que avasallan sus derechos, ya no como ciudadano (de hecho no lo es porque ha entrado ilegalmente a un país extranjero), sino como ser humano. En ese no lugar, el imperio de la ley es dejado de lado. En este punto es donde el preciso guión de Ki-Duk deja ver claramente que a ese hombre se le están violando sus derechos más elementales, aquéllos esenciales a todo hombre.

Dada la precaria situación y obviamente, la carencia de información que tiene el detenido, su liberación queda sujeta a una doble opción: O asume la ciudadanía surcoreana y se radica en el país libremente o es deportado a su país.

Pero la deportación significará el comienzo a otro calvario. El pobre pescador será nuevamente detenido, esta vez por las autoridades del norte, donde comenzará una réplica de nuevos interrogatorios para saber que dijo o que no dijo a los servicios surcoreanos, en una nueva vuelta de tuerca relativa a la suspensión y violación de los derechos más elementales.

La nueva obra de Kim Ki-Duk encierra a su protagonista, y con total rigurosidad formal, expone su tesis desesperanzada  sobre el sometimiento permanente del individuo a la voluntad del Estado, dejando al espectador perplejo ante la contundencia, congruencia, y rigurosidad del mensaje transmitido: El Estado por sobre el individuo. La negación de los derechos humanos. La violencia descontrolada a cargo de una fuerza paranoica que operando en nombre del Estado quiere imponer su razón fuera de toda ley.

Dos Coreas. Dos Estados. Ambos sospechando uno del otro a través de un humilde ciudadano fuera de toda sospecha. Funcionarios de Inteligencia al servicio del acoso, obsesionados por descubrir la traición donde no la hay,  o al espía donde no existe, finalmente descuidando al ciudadano. Es el Estado descontrolado persiguiendo a un simple hombre indefenso.

Dos Coreas pero un solo pueblo, separado por las consecuencias de una guerra mundial, adoctrinados por fuerzas foráneas, y ahora separados por objetivos e ideologías diferentes. Uno obsesionado por el armamentismo nuclear y el otro, por transformarse en potencia industrial y consumista. ¿Dónde quedaron los Derechos Humanos en la separación de las Coreas? ¿En qué dirección se puede encontrar el futuro?

El film de Kim Ki-Duk es de una rigurosidad formal poco común. Con un mínimo de recursos, un solo actor protagónico, dos cuartos como escenario del 90 % del film, pero con un gran guión, de una precisión y de una claridad conceptual enormes, expresa el drama de las dos Coreas desde un punto esencialmente humanista, desde el cual dispara la gran pregunta de por qué el Ciudadano debe estar al servicio del Estado en lugar de lo contrario, ser el Estado quien le da una identidad, leyes y servicios de justicia para que dirima sus desacuerdos, policía para que lo proteja,  educación para darle un futuro, servicios de salud para mantenerlo sano. La Red no es un film político, es un film humanista que muestra cómo el hombre es desplazado del centro del sistema. De cómo el Estado puede ocupar ese lugar e invertir el orden natural.

miércoles, 14 de junio de 2017

DULCES SUEÑOS de Marco Bellocchio



LA ORFANDAD

Nadie lo había expresado mejor que Luis Alberto Spinetta en sus versos del Tema de Pototo: “Para saber cómo es la soledad tendrás que ver que a tu lado no está quien nunca a ti te dejaba pensar en donde está el bien, en donde la maldad”. Para Luis Alberto la soledad es un amigo que no está…es su palabra que no ves llegar igual…

Dos años atrás, Nanni Moretti también había elegido a su madre como tema de su nueva película. En aquel momento, expresé: “No quedan dudas que hay mucho de personal en este nuevo film de Moretti. De hecho, el fallecimiento de su madre, acontecimiento único en la vida de todo hombre, no solo lo ha colocado al borde de un abismo emocional muy grande sino también de una soledad existencial que lo hace emerger a un mundo nuevo que lo lleva a expresarse con una madurez diferente, aquella que toma conciencia que la muerte de los padres dejan al hijo sin red protectora alguna y lo encaminan hacia un nuevo estado que, como persona, adquiere una individualidad total y única”.

Marco Bellocchio también ha elegido la desaparición de la madre y sus consecuencias como tema central de su nueva película. Para ello, se basó en la novela de Massimo Gravellini, y de la ayuda de los guionistas Valia Santella y Edoardo Albinati, quienes desarrollaron el guión de esta película que quedará como otra de sus obras capitales en su extensa filmografía.

El film concentra toda su estructura narrativa en la vida y en el drama de Massimo (un superlativo Valerio Mastandrea) que pierde a su madre a los 8 o 9 años de edad y no puede superar ese vacío, esa orfandad. A partir de ese momento, su vida cambiará para siempre. Se producirá en él un vacío imposible de llenar que de alguna manera y pese a la excelente educación que ha recibido, le imposibilitará crecer y desarrollarse como un hombre. Hay una parte de Massimo que se estancará en su infancia y que posiblemente nunca abandonará. Algo que es mucho más que un recuerdo. Es una especie de engranaje perdido que lo vuelve incompleto.

Planteada como un melodrama “a la italiana”, al que Bellocchio tiene la virtud de manejar con maestría, describe esa relación entre una madre y su pequeño hijo como si retratara las escenas de un mundo idílico y pasado que obviamente nunca volverá a ser. Es como si en ese mundo no hubiera lugar más que para ellos dos. La casa oficia como una extensión del vientre materno, en la cual no solo cabe el amor maternal sino también el orgullo de una madre por su hijo, pero sobretodo, la fascinación del hijo por su madre, donde se establece una especie de amor edipico.

La desaparición de la madre no solo da lugar a una ruptura de esa relación, sino también a su idealización. Por el lado cinematográfico, ese elemento opera como clave que permite a Bellocchio el ir y venir en el tiempo cinematográfico y manejar todo la película como un film de suspenso. Qué ha pasado con la madre es una pregunta obvia que el maestro, inteligentemente, no responde sino hasta el final.

Después de la perdida, sobreviene el dolor desgarrador de la misma. La no aceptación, la negación de la tragedia. A medida que Massimo crece, la sensación de orfandad se agranda. Existe un vacío que no puede llenar siquiera el propio padre. Allí aparece claramente la diferencia de amores entre madre y padre. El amor dulce, sutil, cariñoso y tierno de su madre ha desaparecido dando lugar al trato más directo, seco, parco, distante de su padre. Son dos formas diferentes de acercamiento al niño de la cual ahora solo queda, la del padre en la realidad, y la de la madre en el recuerdo.

La ausencia de la madre es la que da lugar a un vacío difícil de llenar que fundamentalmente trata de ser ocupado por el padre, pero en el caso de Massimo, aparece en la ayuda religiosa del Padre Ettore (un excepcional Roberto Herlitzka). Es el cura el que crudamente le dice que la falta de su madre lo coloca del lado de los perdedores (en el sentido de la perdida), pero que la vida continúa y se crece a pesar de ello. El niño se convierte en adolescente y el adolescente en adulto. La mochila la llevará siempre a cuestas.

Massimo se ha mentido a sí mismo, o al menos, ha escondido de la verdad. La negación del episodio de la desaparición de su madre no solo es un elemento que marca el suspenso de la trama, sino también es la propia negación del hecho. Consecuencia de ello son sus ahogos (la falta de aire), sus miedos, su tremenda soledad. Uno de esos ahogos lo lleva a marcar el número telefónico de Emergencias donde lo atenderá la Dra. Elisa, una angelical Berenice Bejó, donde Massimo, ya cuarentón, encuentra alguien que lo contiene pero sobretodo, encuentra el alter ego de su madre.

No obstante ello, la relación será difícil. Massimo continúa apegado al pasado, no puede superar la etapa de su niñez, y mucho menos la tragedia de su madre. El trauma le impide crecer, asumirse como adulto, tomar la responsabilidad de sí mismo. Incluso se le hace muy difícil desarrollar una relación con la médica. Ni hablar de la relación con su padre. Han pasado treinta años de la tragedia y siguen tan distanciados como si todo hubiera ocurrido ayer mismo. Ni siquiera se ven con asiduidad. Sus encuentros dependen prácticamente de casualidades. Para colmo de males, Massimo sigue viviendo en la casa familiar donde se crió. Hay toda una idea de auto inmolación, una idea de sacrificio como ofrenda a una divinidad.

Bellocchio muestra una vez más porqué en los 70 se transformó en el niño terrible del cine italiano filmando “Con los Puños en el Bolsillo” y más tarde, en uno de los directores más destacados del cine actual. Autor, actor, político, director de más de 40 largometrajes, sus films han mostrado como pocos la evolución de la sociedad italiana en los últimos 40 años. De la misma manera, ha evolucionado su maestría narrativa para llegar a este film que deja literalmente sin aliento al espectador para colocarse entre sus obras cumbres. Dotado de un excelente libro, grandes actores, un montaje muy preciso que permite un ir y venir en el tiempo sin caer en baches narrativos, y una fotografía que utiliza mucho el ocre para dar calidez al relato, reflexiona sobre la identidad y deja a “Dulces Sueños” muy cercana en calidad a “Vincere” y en el mismo nivel de “Buenos Días, Noche”. Su equilibrio narrativo construye un péndulo que va y viene en el tiempo para narrar con delicadeza y calidez las vicisitudes de una orfandad que no encuentra consuelo sin caer ni en el dramón televisivo ni el drama clásico. Dulces Sueños es una película extraordinaria, moderna, muy bien realizada que lleva el símbolo de calidad de un gran maestro del cine.

viernes, 9 de junio de 2017

MADRAZA de Hernán Aguilar


JUSTICIA POR MANO PROPIA

Esta ópera prima de Hernán Aguilar es muy bienvenida dado que inyecta una bocanada de aire fresco en el cine argentino. No solo elude lugares comunes del policial sino que sobre todo, hay una ligereza narrativa que deja lejos los habituales amaneramientos de nuestro cine nacional, logrando una sana espontaneidad, a la que se pliega también la actuación.

Madraza es un film desenfadado, desinhibido, lleno de un humor negro que aligera la acción y sobre todo, capaz de concentrarse en un personaje en el cual centraliza el relato, sin perderse en los personajes secundarios que forman parte de la historia, pero que claramente están sólo al servicio de lo que se quiere contar.

Heredera del comic, con un tratamiento de la violencia muy al estilo del cine americano, comienza con una escena que hace pensar en un melodrama típico centrado en un ama de casa que pierde a su marido en medio de la violencia cotidiana que se vive en los barrios suburbanos del Gran Buenos Aires. Pero la película está lejos de convertirse en la narración del derrotero convencional de una viuda de barrio que necesita hacer un duelo y rehacer su vida.

Matilde parece no tener tiempo para las lágrimas. Y antes que nos demos cuenta, descubre una infidelidad de su difunto esposo, y ello la sumergirá en un mundo que le es desconocido. De la noche a la mañana, comenzará a rehacer su vida de forma muy opuesta a la de aquella madraza que vivía dando de comer a cientos de niños necesitados en un comedor comunitario. Empujada, más que por instinto, por un afán de curiosidad, encontrará una pista relacionada con la muerte de su marido y siguiendo esa pista se transformará en una persona muy diferente a quien solía ser.

Madraza es la historia de una transformación. Esa transformación no será convencional. Matilde no acudirá a manuales de autoayuda, ni decidirá iniciar un estudio o encontrar un nuevo amor. Su vida encontrará la redención a través del camino de la violencia, que no solo dará una razón de ser y de sentir al personaje sino que también sentará una sólida posición política acerca de la justicia por mano propia en respuesta de un statu quo policial y judicial en el que no solo prima la inoperancia más absoluta, sino que se transforma en un sistema  de corrupción del cual deriva un estado generalizado de indefensión de la ciudadanía.

Mirada por el lado de la estética, el film de Aguilar abreva en el cine americano mal llamado de Clase B, aquel cine que formaba parte de un doble programa en los años sesenta, caracterizado por los bajos presupuestos, a veces, el uso del blanco y negro, y que a posteriori, recuperaran cineastas actuales como Walter Hill, Quentin Tarantino y Robert Rodriguez, entre otros. Es a ellos a quien Aguilar les debe la frescura de su relato, esa agilidad narrativa que va a lo directo, muestra lo que tiene que mostrar y corta, y de corte en corte, compone una película equilibrada que no solo describe estupendamente un personaje en apariencia muy alejado de la realidad, pero que por otro, pinta con sumo realismo una sociedad y su estado de situación.

Descontando el muy buen guion del propio Aguilar, la película descuella en la actuación. La actriz paraguaya Loren Acuña interpreta a Matilde con una variedad de recursos que pasan del drama a la comedia convirtiéndola en una heroína de cine de súper acción. A su lado, se destaca Sofía Gala en el papel de una adolescente esotérica que concurre habitualmente al comedor de la Madraza y ahora la acompaña en su soledad, Gustavo Garzón como un Detective de Policía muy aplicado y Osmar Nuñez como su corrupto jefe.

En síntesis, una auspiciosa ópera prima que demuestra una vez más que cuando hay talento y cierto desenfado el cine argentino puede desencartonarse, zafar de sus clichés tan acentuados, narrar por el lado del absurdo, transitar por el policial negro y mostrar la realidad sin discurso político mediante.

sábado, 3 de junio de 2017

EL REENCUENTRO (SAGE FEMME) de Martin Provost

UN INSTANTE DE LA VIDA ENTRE EL NACIMIENTO Y LA MUERTE

Martín Provost es un escritor y director de cine francés que cuenta con tres películas en su haber. Hizo su debut cinematográfico en 2008 con la realización de Seraphine, más tarde en 2013 estrenó Violette y en la semana del cine francés en Buenos Aires, se pre estrenó Sage Femme, cuyo estreno mundial se fue en febrero en Berlín 2017.

El cine de Provost es un cine que retrata mujeres. Sus personajes femeninos son seres conflictuados que arrastran traumas y que de su debilidad sacan fuerza para llegar a un objetivo. En los dos primeros films, su fuente de inspiración fueron dos mujeres francesas. En Seraphine, es la vida de Seraphine Louis (1864-1942), una pintora de naturalezas muertas que se destacaba por el uso del color y la fantasía que muere a causa de problemas mentales en un manicomio luego de trabajar como sirvienta toda su vida en una casa de familia donde su talento como pintora es casualmente descubierto por un crítico alemán.  En Violette, la fuente es Violette Leduc (1907-1972), una escritora existencialista con graves problemas depresivos que conoce a Simone de Bouvier, con la cual comienza a tener una relación ambivalente enmarcada por la homosexualidad y la admiración en medio de la distancia que produce una cuestión de clase social.

Ahora nos llega Sage Femme (La Partera), en la cual Provost ensaya un relato con dos personajes protagónicos provenientes de su propia pluma: Claire Breton (Catherine Frost, la gran actriz que brilló en la versión francesa de Florence) y Beatrice Sobolewski (Catherine Deneuve, que no necesita presentación). Un típico film de confrontación ente dos caracteres contrapuestos.

Claire es una partera que vive sola y que su trabajo absorbe la mayor parte de su tiempo. No obstante, tiene un hijo (Simón) que estudia medicina, y una futura nuera que está embarazada de tres meses. La película se concentra en la enorme soledad de esta partera que trabajando todo el día en una maternidad, parece no tener tiempo para ella misma.

En la rutina de llegar a su casa y escuchar los mensajes telefónicos, aparece en su contestador un mensaje de Beatrice, quien años atrás, fuera ex esposa de su difunto padre. Beatrice quiere devolverle un anillo de su padre, y la cita a su casa. Claramente, una excusa para llamar su atención.

En un sentido bíblico, las partera son las que dan a luz, y lo que esa luz ilumina son problemas de familia. Claire no está casualmente sola. La separación de sus padres, ser madre soltera, la dedicación a pleno en su trabajo están indicando una propensión enorme a la soledad, una tendencia a no compartir problemas. Claire es una mujer simple, austera, vive en gran medida para los demás olvidándose un poco de ella misma. Tal vez y en forma inconsciente, arrastra un pasado con el que nunca ha hecho las paces. Es una mujer autosuficiente que parece poder hacerlo todo sola. También es alguien que se debe a si misma darse una tregua o aprovechar una oportunidad.

La reaparición en su vida de Beatrice da lugar a su propia mayéutica. Su ex madrasta es todo lo contrario, su opuesto, una persona extrovertida, excéntrica a la que le gustan los placeres de la vida: el buen comer, el buen trago, fumar, la buena ropa, el cuidado de su estética, jugar a los naipes, apostar dinero. En Beatrice lo aleatorio parece dominar su vida. Toda su vida parece estar ligada a su suerte. Y ella, en su desenfado, lo apostará todo. Juega sus cartas de cara a la mesa.

El film que insinúa un comienzo basado en lo psicológico y en el trazo fino, de a poco va desnudado todo lo contario. No importa tanto el comportamiento de estos individuos sino como dichos comportamientos representan comportamientos colectivos. Así vemos que la soledad de Claire no hace otra cosa que desnudar el sentido de la pérdida del concepto de familia, y el posterior desmembramiento de sus integrantes. Ello no es otra cosa que la pérdida de un sentido de vida colectiva que da paso un individualismo casi extremo del cual derivan cuestiones tales como la importancia que la sociedad moderna le ha dado a la realización personal. Y como contracara de ello, es la enorme carga de frustración y falta de contención que de ello deriva.

Sage Femme expresa la necesidad de encontrarse a sí mismo. La confortabilidad que implica la vuelta al hogar. El amor que representa la reconstrucción de los vínculos. Es tal vez la película menos intelectual y rigurosa de Martin Provost, tal vez avasallado por la enorme personalidad de su dos intérpretes femeninas. Tanto la Frost como la Deneuve están enormes en sus papeles pero literalmente, se roban la película. Como consecuencia de ello, Provost, por momentos, pierde la brújula del relato atrapado en los grandes momentos de sus actrices, y en consecuencia, el hilo conductor de la trama se pierde y el film queda a la deriva.

No obstante, la película se ve con sumo agrado. Es entretenida. Hay un tema interesante, una música muy acertada y una labor descollante de sus dos actrices. Podría haber sido una gran película sobre la culpa o sobre la necesidad de su perdón, incluso el autoperdón. Pero no lo es. Es más bien un pedacito de vida, un momento de reconciliación, el espacio para un relax, el corte para un balance,  entre dos grandes momentos que son el nacimiento y la muerte.