miércoles, 14 de junio de 2017

DULCES SUEÑOS de Marco Bellocchio



LA ORFANDAD

Nadie lo había expresado mejor que Luis Alberto Spinetta en sus versos del Tema de Pototo: “Para saber cómo es la soledad tendrás que ver que a tu lado no está quien nunca a ti te dejaba pensar en donde está el bien, en donde la maldad”. Para Luis Alberto la soledad es un amigo que no está…es su palabra que no ves llegar igual…

Dos años atrás, Nanni Moretti también había elegido a su madre como tema de su nueva película. En aquel momento, expresé: “No quedan dudas que hay mucho de personal en este nuevo film de Moretti. De hecho, el fallecimiento de su madre, acontecimiento único en la vida de todo hombre, no solo lo ha colocado al borde de un abismo emocional muy grande sino también de una soledad existencial que lo hace emerger a un mundo nuevo que lo lleva a expresarse con una madurez diferente, aquella que toma conciencia que la muerte de los padres dejan al hijo sin red protectora alguna y lo encaminan hacia un nuevo estado que, como persona, adquiere una individualidad total y única”.

Marco Bellocchio también ha elegido la desaparición de la madre y sus consecuencias como tema central de su nueva película. Para ello, se basó en la novela de Massimo Gravellini, y de la ayuda de los guionistas Valia Santella y Edoardo Albinati, quienes desarrollaron el guión de esta película que quedará como otra de sus obras capitales en su extensa filmografía.

El film concentra toda su estructura narrativa en la vida y en el drama de Massimo (un superlativo Valerio Mastandrea) que pierde a su madre a los 8 o 9 años de edad y no puede superar ese vacío, esa orfandad. A partir de ese momento, su vida cambiará para siempre. Se producirá en él un vacío imposible de llenar que de alguna manera y pese a la excelente educación que ha recibido, le imposibilitará crecer y desarrollarse como un hombre. Hay una parte de Massimo que se estancará en su infancia y que posiblemente nunca abandonará. Algo que es mucho más que un recuerdo. Es una especie de engranaje perdido que lo vuelve incompleto.

Planteada como un melodrama “a la italiana”, al que Bellocchio tiene la virtud de manejar con maestría, describe esa relación entre una madre y su pequeño hijo como si retratara las escenas de un mundo idílico y pasado que obviamente nunca volverá a ser. Es como si en ese mundo no hubiera lugar más que para ellos dos. La casa oficia como una extensión del vientre materno, en la cual no solo cabe el amor maternal sino también el orgullo de una madre por su hijo, pero sobretodo, la fascinación del hijo por su madre, donde se establece una especie de amor edipico.

La desaparición de la madre no solo da lugar a una ruptura de esa relación, sino también a su idealización. Por el lado cinematográfico, ese elemento opera como clave que permite a Bellocchio el ir y venir en el tiempo cinematográfico y manejar todo la película como un film de suspenso. Qué ha pasado con la madre es una pregunta obvia que el maestro, inteligentemente, no responde sino hasta el final.

Después de la perdida, sobreviene el dolor desgarrador de la misma. La no aceptación, la negación de la tragedia. A medida que Massimo crece, la sensación de orfandad se agranda. Existe un vacío que no puede llenar siquiera el propio padre. Allí aparece claramente la diferencia de amores entre madre y padre. El amor dulce, sutil, cariñoso y tierno de su madre ha desaparecido dando lugar al trato más directo, seco, parco, distante de su padre. Son dos formas diferentes de acercamiento al niño de la cual ahora solo queda, la del padre en la realidad, y la de la madre en el recuerdo.

La ausencia de la madre es la que da lugar a un vacío difícil de llenar que fundamentalmente trata de ser ocupado por el padre, pero en el caso de Massimo, aparece en la ayuda religiosa del Padre Ettore (un excepcional Roberto Herlitzka). Es el cura el que crudamente le dice que la falta de su madre lo coloca del lado de los perdedores (en el sentido de la perdida), pero que la vida continúa y se crece a pesar de ello. El niño se convierte en adolescente y el adolescente en adulto. La mochila la llevará siempre a cuestas.

Massimo se ha mentido a sí mismo, o al menos, ha escondido de la verdad. La negación del episodio de la desaparición de su madre no solo es un elemento que marca el suspenso de la trama, sino también es la propia negación del hecho. Consecuencia de ello son sus ahogos (la falta de aire), sus miedos, su tremenda soledad. Uno de esos ahogos lo lleva a marcar el número telefónico de Emergencias donde lo atenderá la Dra. Elisa, una angelical Berenice Bejó, donde Massimo, ya cuarentón, encuentra alguien que lo contiene pero sobretodo, encuentra el alter ego de su madre.

No obstante ello, la relación será difícil. Massimo continúa apegado al pasado, no puede superar la etapa de su niñez, y mucho menos la tragedia de su madre. El trauma le impide crecer, asumirse como adulto, tomar la responsabilidad de sí mismo. Incluso se le hace muy difícil desarrollar una relación con la médica. Ni hablar de la relación con su padre. Han pasado treinta años de la tragedia y siguen tan distanciados como si todo hubiera ocurrido ayer mismo. Ni siquiera se ven con asiduidad. Sus encuentros dependen prácticamente de casualidades. Para colmo de males, Massimo sigue viviendo en la casa familiar donde se crió. Hay toda una idea de auto inmolación, una idea de sacrificio como ofrenda a una divinidad.

Bellocchio muestra una vez más porqué en los 70 se transformó en el niño terrible del cine italiano filmando “Con los Puños en el Bolsillo” y más tarde, en uno de los directores más destacados del cine actual. Autor, actor, político, director de más de 40 largometrajes, sus films han mostrado como pocos la evolución de la sociedad italiana en los últimos 40 años. De la misma manera, ha evolucionado su maestría narrativa para llegar a este film que deja literalmente sin aliento al espectador para colocarse entre sus obras cumbres. Dotado de un excelente libro, grandes actores, un montaje muy preciso que permite un ir y venir en el tiempo sin caer en baches narrativos, y una fotografía que utiliza mucho el ocre para dar calidez al relato, reflexiona sobre la identidad y deja a “Dulces Sueños” muy cercana en calidad a “Vincere” y en el mismo nivel de “Buenos Días, Noche”. Su equilibrio narrativo construye un péndulo que va y viene en el tiempo para narrar con delicadeza y calidez las vicisitudes de una orfandad que no encuentra consuelo sin caer ni en el dramón televisivo ni el drama clásico. Dulces Sueños es una película extraordinaria, moderna, muy bien realizada que lleva el símbolo de calidad de un gran maestro del cine.

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