El coreano Kim Ki-Duk estudió arte en Paris a principios de
los años ´90, y en 1996, se graduó como
escritor de guiones cinematográficos. Durante esa misma época, comenzó a hacer
cine “a su manera”, lo cual implica observar y entender lo que hace la gente,
filmando sus vidas. Tan solo eso… disparar una cámara de cine.
Su carrera como guionista, productor y director ha sido
prolífica. Tiene en su haber cerca de 24 films. En la Argentina no se ha visto
todo su cine. Se lo conoció en el Festival de Mar del Plata 2002 en el cual
presentó Domicilio Desconocido. Pero su debut comercial fue quizá con su
película más emblemática: Primavera, Verano, Otoño, Invierno y Otra Vez
Primavera en 2004, una profunda reflexión sobre vida y sus etapas, y la
búsqueda del equilibrio del hombre en medio de las fuerzas de la naturaleza.
Más tarde llegaron otras obras valiosas, entre ellas, Hierro 3 en 2006 y Piedad en 2012. Ahora
tenemos la fortuna de poder apreciar La Red, su última gran obra que presentó
el año pasado en el Festival de Venecia.
La división de Corea en Corea del Norte y Corea del Sur,
utilizando arbitrariamente el paralelo 38 fue consecuencia de la derrota
japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Japón había ocupado la península de
Corea desde 1910. Al terminar la Segunda Guerra, vencido por los Aliados,
devuelve los territorios ocupados. En consecuencia, y con el propósito de
neutralizar el poder de China, las potencias emergentes llegan a un acuerdo. Los
Estados Unidos ejercerán dominio al sur del 38, y la Unión Soviética al norte
hasta la frontera con aquel país.
El comienzo de las guerras entre las dos Coreas fue
inmediato. China no fue ajena a ello. El enfrentamiento de las Coreas tuvo un
origen claramente ideológico. La Corea del Sur comulgaba con el pensamiento
liberal del Oeste y la norte con el comunista del Este. El enfrentamiento ha
sido casi permanente a lo largo de los
años. La resultante de ello, es que la Corea del Norte se ha transformado en
una potencia nuclear, mientras que la del Sur en una potencia industrial. Los
niveles de vida alcanzados son muy diferentes.
El planteamiento de Ki-Duk es directo. Rápidamente establece
la acción del film en la frontera binacional, a orillas de un lago que separa
los dos países, y elige como protagonista a un pobre pescador de la zona cuya
red de pesca se engancha en el motor de la lancha que, averiado es empujado por
la corriente, y va a parar a la otra
orilla, o sea, a territorio enemigo.
La Red es una cruel parábola sobre la libertad del hombre. La
libertad es la forma de actuar del hombre usando sus facultades de elegir de
manera responsable respetando los derechos del otro. En la película, una vez
cruzada la frontera, el protagonista pierde dicha libertad ante el solo hecho
de haber cruzado un límite sin el debido permiso legal y en consecuencia,
transformándose en un “fuera de la ley”. El ilegal no tiene derechos. Y por su
comportamiento delictivo, queda detenido en calidad de sospechoso.
El detenido es derivado a un lugar / no lugar a disposición
del Estado. Allí es sometido a interrogatorios
que avasallan sus derechos, ya no como ciudadano (de hecho no lo es
porque ha entrado ilegalmente a un país extranjero), sino como ser humano. En
ese no lugar, el imperio de la ley es dejado de lado. En este punto es donde el
preciso guión de Ki-Duk deja ver claramente que a ese hombre se le están
violando sus derechos más elementales, aquéllos esenciales a todo hombre.
Dada la precaria situación y obviamente, la carencia de
información que tiene el detenido, su liberación queda sujeta a una doble
opción: O asume la ciudadanía surcoreana y se radica en el país libremente o es
deportado a su país.
Pero la deportación significará el comienzo a otro calvario.
El pobre pescador será nuevamente detenido, esta vez por las autoridades del
norte, donde comenzará una réplica de nuevos interrogatorios para saber que
dijo o que no dijo a los servicios surcoreanos, en una nueva vuelta de tuerca
relativa a la suspensión y violación de los derechos más elementales.
La nueva obra de Kim Ki-Duk encierra a su protagonista, y
con total rigurosidad formal, expone su tesis desesperanzada sobre el sometimiento permanente del
individuo a la voluntad del Estado, dejando al espectador perplejo ante la
contundencia, congruencia, y rigurosidad del mensaje transmitido: El Estado por
sobre el individuo. La negación de los derechos humanos. La violencia descontrolada
a cargo de una fuerza paranoica que operando en nombre del Estado quiere
imponer su razón fuera de toda ley.
Dos Coreas. Dos Estados. Ambos sospechando uno del otro a
través de un humilde ciudadano fuera de toda sospecha. Funcionarios de
Inteligencia al servicio del acoso, obsesionados por descubrir la traición donde
no la hay, o al espía donde no existe,
finalmente descuidando al ciudadano. Es el Estado descontrolado persiguiendo a un
simple hombre indefenso.
Dos Coreas pero un solo pueblo, separado por las
consecuencias de una guerra mundial, adoctrinados por fuerzas foráneas, y ahora
separados por objetivos e ideologías diferentes. Uno obsesionado por el
armamentismo nuclear y el otro, por transformarse en potencia industrial y
consumista. ¿Dónde quedaron los Derechos Humanos en la separación de las Coreas?
¿En qué dirección se puede encontrar el futuro?
El film de Kim Ki-Duk es de una rigurosidad formal poco
común. Con un mínimo de recursos, un solo actor protagónico, dos cuartos como
escenario del 90 % del film, pero con un gran guión, de una precisión y de una
claridad conceptual enormes, expresa el drama de las dos Coreas desde un punto
esencialmente humanista, desde el cual dispara la gran pregunta de por qué el
Ciudadano debe estar al servicio del Estado en lugar de lo contrario, ser el
Estado quien le da una identidad, leyes y servicios de justicia para que dirima
sus desacuerdos, policía para que lo proteja,
educación para darle un futuro, servicios de salud para mantenerlo sano.
La Red no es un film político, es un film humanista que muestra cómo el hombre
es desplazado del centro del sistema. De cómo el Estado puede ocupar ese lugar
e invertir el orden natural.
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