viernes, 9 de junio de 2017

MADRAZA de Hernán Aguilar


JUSTICIA POR MANO PROPIA

Esta ópera prima de Hernán Aguilar es muy bienvenida dado que inyecta una bocanada de aire fresco en el cine argentino. No solo elude lugares comunes del policial sino que sobre todo, hay una ligereza narrativa que deja lejos los habituales amaneramientos de nuestro cine nacional, logrando una sana espontaneidad, a la que se pliega también la actuación.

Madraza es un film desenfadado, desinhibido, lleno de un humor negro que aligera la acción y sobre todo, capaz de concentrarse en un personaje en el cual centraliza el relato, sin perderse en los personajes secundarios que forman parte de la historia, pero que claramente están sólo al servicio de lo que se quiere contar.

Heredera del comic, con un tratamiento de la violencia muy al estilo del cine americano, comienza con una escena que hace pensar en un melodrama típico centrado en un ama de casa que pierde a su marido en medio de la violencia cotidiana que se vive en los barrios suburbanos del Gran Buenos Aires. Pero la película está lejos de convertirse en la narración del derrotero convencional de una viuda de barrio que necesita hacer un duelo y rehacer su vida.

Matilde parece no tener tiempo para las lágrimas. Y antes que nos demos cuenta, descubre una infidelidad de su difunto esposo, y ello la sumergirá en un mundo que le es desconocido. De la noche a la mañana, comenzará a rehacer su vida de forma muy opuesta a la de aquella madraza que vivía dando de comer a cientos de niños necesitados en un comedor comunitario. Empujada, más que por instinto, por un afán de curiosidad, encontrará una pista relacionada con la muerte de su marido y siguiendo esa pista se transformará en una persona muy diferente a quien solía ser.

Madraza es la historia de una transformación. Esa transformación no será convencional. Matilde no acudirá a manuales de autoayuda, ni decidirá iniciar un estudio o encontrar un nuevo amor. Su vida encontrará la redención a través del camino de la violencia, que no solo dará una razón de ser y de sentir al personaje sino que también sentará una sólida posición política acerca de la justicia por mano propia en respuesta de un statu quo policial y judicial en el que no solo prima la inoperancia más absoluta, sino que se transforma en un sistema  de corrupción del cual deriva un estado generalizado de indefensión de la ciudadanía.

Mirada por el lado de la estética, el film de Aguilar abreva en el cine americano mal llamado de Clase B, aquel cine que formaba parte de un doble programa en los años sesenta, caracterizado por los bajos presupuestos, a veces, el uso del blanco y negro, y que a posteriori, recuperaran cineastas actuales como Walter Hill, Quentin Tarantino y Robert Rodriguez, entre otros. Es a ellos a quien Aguilar les debe la frescura de su relato, esa agilidad narrativa que va a lo directo, muestra lo que tiene que mostrar y corta, y de corte en corte, compone una película equilibrada que no solo describe estupendamente un personaje en apariencia muy alejado de la realidad, pero que por otro, pinta con sumo realismo una sociedad y su estado de situación.

Descontando el muy buen guion del propio Aguilar, la película descuella en la actuación. La actriz paraguaya Loren Acuña interpreta a Matilde con una variedad de recursos que pasan del drama a la comedia convirtiéndola en una heroína de cine de súper acción. A su lado, se destaca Sofía Gala en el papel de una adolescente esotérica que concurre habitualmente al comedor de la Madraza y ahora la acompaña en su soledad, Gustavo Garzón como un Detective de Policía muy aplicado y Osmar Nuñez como su corrupto jefe.

En síntesis, una auspiciosa ópera prima que demuestra una vez más que cuando hay talento y cierto desenfado el cine argentino puede desencartonarse, zafar de sus clichés tan acentuados, narrar por el lado del absurdo, transitar por el policial negro y mostrar la realidad sin discurso político mediante.

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