jueves, 6 de julio de 2017

DESPUES DE LA TORMENTA de Hirokazu Kore-Eda


UN MOMENTO DE RECONCILIACIÓN

El cine de Hirokazu Kore-Eda es un cine contemplativo, un cine que sigue a personajes en sus rutinas, en su vida cotidiana, terminando por dar un mirada costumbrista sobre el hombre contemporáneo, sobre su vida íntima y la sociedad en que vive, particularmente el Japón post industrial de nuestros días. Algunos lo llaman “el heredero de Yasujiro Ozu”, el primer gran maestro del cine japonés. Ambos ven el cine como una forma de retratar la vida.

Su filmografía comienza en 1996 con Maborosi, un film que ganó un premio en Venecia. Años después, en 1999, presentó en nuestro BAFICI After Life, un film que no solo se adjudicó el primer premio de aquel Festival sino también el de Mejor Guión. Más tarde le siguieron otros films igualmente valiosos: Distancia en 2002, Nadie Sabe en 2005, Hana en 2006, Still Walking en 2008, De Tal Padre Tal Hijo en 2013, casi todos ellos vistos en Argentina.

Esta semana se estrenó su último film presentado el año pasado en Cannes. Después de la Tormenta, tal es su título, es también un cine de personajes en el cual destaca el equilibrio de su narrativa. Es uno de esos films en el cual parece no pasar nada y sin embargo está pasando todo un momento en la vida de cuatro personas: una abuela, su hijo, su nieto y su nuera.

De alguna manera, Después de la Tormenta puede ser vista como un film sobre la perdida, en un sentido general, y en particular, sobre la pérdida del padre. El film gira en torno de Ryoto (Hiroshi Abe), un hombre joven de unos 40 años, cuyo padre acaba de morir. Su vida viene cuesta abajo desde algún tiempo atrás, posiblemente desde que se separó de Kyoko, la madre de su hijo. Exitoso novelista en su juventud, se ha quedado sin inspiración literaria y ahora se dedica a seguir parejas furtivas transformado en una especie de investigador privado de vidas amorosas (Saca fotos furtivas a los amantes). Como padre, él también anda medio perdido. Le cuesta hacer pie y salir con su niño de 8 años, al que solo ve de vez en cuando (cuando dispone de algún dinero). Esas salidas son a la vez un placer pero también un sufrimiento.  Ryoto no solo ha perdido a su padre, sino que anda medio desencontrado consigo mismo. 

Ryoto, no obstante, tiene una tabla de salvación: Su anciana madre (Satommi Kobayashi), que ha enviudado recientemente. Es con ella con quien pasa sus mejores momentos, y es ella, quien le inspira confianza en sí mismo. Además, ella es una persona vital. Es una señora de su casa que ama la música clásica y comparte un grupo de escucha de gente de su edad. Su casa es el centro de reunión de la familia. Ella es la que convoca a todos alrededor de su mesa. Es la que une a la familia en su torno. Mujer confidente y de gran sabiduría y experiencia, no ha vivido en vano. Ella es la que ha perdido a su marido, pero no se ha perdido a sí misma, y tiene el valor y el coraje de seguir luchando para no perder a su hijo y a su nieto.

Shiraisi Shingo (Taiyó Yoshizawa) es el hijo de Ryoto. Un niño de unos 10 años de edad que disfruta las pocas salidas que hace con su padre. Un restaurante de comidas rápidas, un parque de diversiones, la compra de un par de botines de futbol. El niño percibe la separación de sus padres pero no emite opiniones ni muestra consecuencias. Sin duda, aún no ha tomado conciencia de dicha separación, y sobretodo, disfruta de la visitas a su abuela. La casa de su abuela es el lugar donde Shingo siempre encuentra un refugio.

Kyoko (Yoko Maki) es la madre del niño. Ella está tratando de superar su separación de Ryoto e incluso ha conocido otro hombre  con el que mantiene una relación estable. Pero sigue viendo a su marido. Mínimamente, necesita que Ryoto le pase su mensualidad y obviamente es convocada asiduamente a la casa de su suegra, mucho más ahora que ella ha enviudado y necesita del consuelo de sus hijos.

Es en uno de estos encuentros cuando los cuatro coinciden en el departamento de la abuela, justo antes que se desate una tormenta, uno de esos tifones típicos que se dan en la costa japonesa. En esa reunión familiar, los cuatro en un lugar seguro guarnecido de la torrencial lluvia, lejos están de estar pasando una situación incómoda. Todo parece relajarse a pesar de la tormenta que parece fuera una bendición caída del cielo para que estos cuatro personajes puedan pasar la noche juntos. Es entonces cuando el cine de Kore-Eda alcanza su mayor fulgor. Es en esos momentos cuando la vida misma parece estar pasando apaciblemente delante de nuestros ojos. Y todo parece recuperar un orden natural. Como si la naturaleza y las personas tuvieran una relación de causalidad, y que después de la tormenta solo pudiera ocurrir que llegue la calma, un tácito acuerdo, un momento de reconciliación, tal vez, incluso, la felicidad.

Este nuevo film de Hirokazu Kore-Eda es para disfrutar desde la contemplación y el sentimiento. Es una película en la que deberíamos dejar el intelecto de lado para disfrutarla solo con los sentidos. Pareciera como que de pronto el tiempo se detuviera para que sus personajes tuvieran el tiempo necesario y suficiente como para gozar de aquello que han extraviado, el ser ellos mismos. Sin duda, un film de madurez de su director, tanto en su faz creativa como en su solidez narrativa.

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