lunes, 12 de febrero de 2018

DETROIT de Kathryn Bigelow

ABUSO DE AUTORIDAD

La capacidad narrativa de esta directora americana ya ha sido puesta a prueba desde hace muchos años y diversas películas. Llamó la atención por primera vez en 1987 con Acero Azul, su tercera y estupenda película, dirigiendo a Jamie Lee Curtis. En 1991, con Point Break se convirtió en una directora de culto, llegando a desentrañar los complejos códigos de la lealtad masculina.  En 2008, con The Hurt Locker, gana el Oscar transformándose en la primera mujer en recibirlo, y vuelve a brillar en 2012 con La Noche Más Oscura, para mí, su mejor película, donde contaba la cacería de que fue objeto Osama Bin Laden por parte de los servicios de la CIA.

Ahora estamos ante su nueva película, basada en la llamada Rebelión de la Calle 12, un hecho fundamental  en el movimiento por los Derechos Civiles, que comenzó la noche del 23 de Julio de 1967 en Detroit, Michigan, USA, dejando un saldo de 43 muertos y 1200 personas heridas como consecuencia de los disturbios que se provocaron a raíz de una redada que la policía local realizó en un bar donde se vendía alcohol ilegal donde veteranos de Vietnam, mayormente de raza negra, festejaban su regreso a casa. El nivel de la violencia desatada fue un hecho inesperado dado que no concordaba con la ciudad de Detroit, considerada en aquella época, una de las ciudades de mayor índice de ocupación y tolerancia racial en los Estados Unidos.

El film de Bigelow se divide en tres actos. El primero recrea, con una visión de carácter documentalista, los comienzos de los disturbios de la calle 12. El segundo, genera una ficción que se concentra en un episodio particular donde resultan muertas dos personas de raza negra producto de un exceso de violencia policial, y el tercero, a modo de epílogo, describe a grandes rasgos los dictámenes del juicio al que dan origen los sucesos comentados, arribando a la penosa conclusión de que se ha vuelto a cometer una injusticia total.

El film de Bigelow no solo es un perfecto ejercicio de estilo sino también se constituye en un alegato en favor de las minorías raciales, y especialmente contra el abuso de autoridad a través de la violencia. Como todos sus film, la violencia está presente, pero más que ella, lo que le interesa a Bigelow es la presión, la tensión que una situación genera a sus personajes. 

La directora, fiel a su estilo, describe situaciones y tira de la piola hasta que la piola se rompe. Nada es gratuito y todo tiene su consecuencia. Aquí, su juego entre el gato y el ratón, pone en juicio a todo el sistema policial y judicial de una Detroit desbastada por la injusticia y los prejuicios raciales, cuyas consecuencias pone en total evidencia la corrupción de procedimientos policiales y la parcialidad de una justicia absolutamente entregada al poder de los blancos. 

Aunque el film no pretende ser una lección de historia, Bigelow se basa en hechos reales. Incluso, tanto en la primera parte como en la tercera, se apoya en material de archivo de aquella época. No obstante ello, la recreación constituye un ejercicio de estilo llevado hasta sus últimas consecuencias. La directora estresa su puesta en escena hasta lo intolerable. Incomoda al espectador a la vez que lo obliga a tomar parte, a reflexionar sobre lo que está viendo. A dar un segundo veredicto que corrija el error de la historia.

El cine de la norteamericana alcanza un pico en las escenas que describen con intensidad la represión policiaca, que parece motivarse más en el odio racial que en el respeto de la ley. Esa policía se expresa a través de la tortura, generando una sensación de desamparo, de vida en peligro. Muestra no solo el método policial sino también encierra la acción de manera tal que transforma al público en un único testigo de lo que pasa. Bigelow obliga a mirar, en consecuencia, a tomar parte. No hay duda que también direcciona la posición que debe tomar el espectador. Seguramente es la correcta.


Estamos ante otro gran film de la directora norteamericana, con un tema que no pierde actualidad. Los problemas de las minorías raciales, de las corrientes migracionales, que vuelven a ser problema en el mundo actual. La película constituye un toque de atención al respecto. Es un llamado a la buena voluntad, a la corrección política, a la necesidad de prevenir antes de curar, a que no solo importen los fines sino también los medios y las formas. El film recuerda con vergüenza un hecho real que tal vez haya sido el principio de la integración racial en los Estados Unidos. Demuestra que nada fue gratuita. Casi un año más tarde moriría asesinado Martín Luther King, extraordinario pacifista líder de ese movimiento. El solo episodio que describe esta película dejó heridos y muertos que aun llora la humanidad. Que no se repita.

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