Estamos ante la ópera prima de
Amichai Greenberg, un joven guionista y director israelí que con su película El
Testamento se alzó con el premio mayor del Festival Internacional de Cine de
Haifa.
Greenberg desarrolla una ficción partiendo
de una realidad en la que denuncia la colisión que origina el desarrollo de
complejos inmobiliarios en los lugares sagrados donde existen
tumbas colectivas a raíz de grandes matanzas de seres humanos desarrollados
durante el Holocauto en la Segunda Guerra Mundial, inspirándose en hechos reales en ocurridos en Rechnitz,
Austria, a fines de marzo de 1945, cuando unos 200 judíos húngaros
fueron asesinados.
El personaje del film es una mezcla
de abogado e investigador que quiere evitar la construcción de un country en
Austria dado que sospecha que en ese lugar ocurrió una matanza colectiva. Su propósito
final de conservar la memoria e impedir que el avance de la modernidad pase por
sobre esos lugares construyendo complejos habitacionales y recreativos con el
solo fin de generar resultados económicos.
El film rescata las posiciones más conservadoras
orientadas al respeto de esos cuerpos que deben descansar en paz alejados de todo
fin materialista que solo busca lucrar con el precio de la tierra y la vista
del lugar, transformándose en un thriller cuasi metafísico entre lo que es el
avance de un juicio contra un complejo en construcción contra el avance de una
investigación que necesita probar que efectivamente en dicho lugar se conservan
los cuerpos de 200 personas muertas por el atropello nazi cerca de un campo de
concentración.
Es interesante destacar el delicado equilibrio
entre las cuestiones espirituales y materiales que plantea, y sobre todo,
respecto de la posición de mantener una memoria siempre viva sobre los
vergonzosos hechos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, proyectando la
cuestión hacia nuestros días, donde la
sociedad líquida que vivimos parece desechar todo tipo de respeto por el pasado
avasallando la espiritualidad en nombre del materialismo, el progreso, la
modernidad, y especialmente, el negocio.
Muy bien realizada, guionada y actuada
por Ori Pfeifer en papel de Yoel, nos reserva una vuelta más de tuerca hacia el
final que no vamos a develar que otorga al film un carácter ecuménico que
revaloriza los valores espirituales y los lazos de hermandad entre las
distintas colectividades, haciéndonos recordar que no todo es como parece, y
que los testimonios conservan su valor aún mucho después de los hechos
ocurridos.
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